Estaba en una maraña de abrazos. Si bien era algo nuevo para él, no era tan distinto a otras situaciones. Si bien vestía de elegante sport, los abrazos interminables se parecían a cuando vestía de pantalón corto y botines. No hace falta describir que usaba en el torso. Podía ser una camisa, camiseta o estar en cueros, el celeste ganaría toda la escena.
“Belgrano va salir Campeón” expresaba su verborragia, mitad porteña, mitad Alberdi. Volvía a comportarse como cuando era jugador. No había sutilezas ni gambetas, había garra, ganas y su excesiva necesidad de ir al frente contra todo. No era un desliz usar la palabra “campeón”, venía a eso, necesitaba eso. La palabra “ascenso” era más terrenal, la otra solo se acuñó en un Regional que no regaló ascenso. Ahí estaba en el medio de los festejos en los comicios del club, igual que lo hacía de cara a la tribuna que después llevaría su nombre. Ahí estaba dejando el traje de goleador y poniéndose el de Presidente, pero nunca se sacó el de ídolo. Allí estaba enfrentando a todos, Luis Fabián Artime, el “Luifa”.
El camino no arrancó fácil, nadie dijo que lo sería. El primer entrenador que eligió Artime, venía de poner a Atlanta en los primeros planos de un Torneo, que la pandemia borró de un plumazo. Orfila comenzó consiguiendo resultados, pero con un rendimiento apático que haría sapo en la primera de cambio, cuando los resultados no acompañaran. Artime se recibió de dirigente y cesanteó al entrenador y tuvo que salir a buscar otro, en plena competencia y en ese momento, el Luifa entendió todo o se animó a hacer lo que ya tenía entendido.
Belgrano es distinto a los demás, tiene exacerbada su identidad. El hincha pirata es barrio. Esto no quiere decir que Belgrano no sea grande en la ciudad, provincia o el país, el hincha celeste entiende lo que significa. Si pudiera, concentraría todo su pueblo en Alberdi y el barrio se convertiría en ciudad, provincia…en República. Todos caminarían las mismas calles, beberían las mismas bebidas, comerían las mismas carnes, todo, pero todo sucedería en su barrio. Entonces Artime, conocedor de esto, fue por un técnico que no era técnico, pero que era parte de esa identidad. El héroe del ultimo ascenso pirata, Guillermo Farré.
Farré era ayudante de otro prócer, Ricardo Zielinski. Pero no dudó en abandonar Estudiantes y sentarse en el banco pirata o para decirlo bien, pararse ante el timón y conducir el barco. En su primera incursión, quedo a las puertas del reducido. Pero en la segunda, con tiempo de trabajo, con pretemporada y eligiendo los jugadores, Farré hizo una campaña impresionante. Su equipo tuvo la mística celeste y entregó siempre todo lo que tenía. No habrá jugado lindo, pero eso no le importa ni al hincha. Belgrano debe transpirar primero y después pueden aparecer los Heredia, los Villareal, los Villagra, los Zelarrayan, los Vázquez, los Zapelli. Belgrano lo dejó todo y siempre tuvo un resto, como para ganar y si era necesario, con el corazón en la mano y los testículos en la garganta. El equipo que armó Farré fue dueño del torneo de punta a punta y fue un digno representante del sentir celeste y siempre estuvo en sintonía con la historia pirata.
Y Belgrano fue campeón una siesta de septiembre en San Nicolás. Los libros dirán que ningún equipo de esa localidad jugaba la primera Nacional pero que uno de Adrogué, cambio de Ciudad porque venía todo el “barrio” pirata. Belgrano era campeón y entre medio de todos los abrazos, en una maraña parecida a la del principio, estaba su presidente, igualito a cuando se paraba ante la tribuna que hoy lleva su nombre. Vestido o semidesnudo, pero todo de celeste con la sonrisa cruzada y el corazón (celeste) caliente…