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A destiempo

¡Molinete no vale!

Corazón futbolero

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Solo había que esconderse y esperar que sonara el timbre y todos corrieran para entrar al establecimiento. Si te escondías bien, nadie te podía descubrir y entonces, cuando las puertas se cierran, paradójicamente, eras libre. Se la llama de muchas formas a esta acción, nosotros le llamábamos “hacerse la chupina”, que no era otra cosa que escaparse del colegio y deambular buscando los porqués de la vida. Bueno, en realidad no era tan filosófica la cosa.

Ese escape de la escuela, no era otra cosa que irnos a hacer lo que nos gustaba y lo que nos gustaba, era el fútbol. Algunas veces nos podíamos sumar a algún picadito del parque Sarmiento, pero mayormente éramos pocos, como para un partido. Alguna tanda de penales, pero alguien debía haber llevado una pelota o teníamos que improvisar una. Eran años donde los videojuegos no era algo tan al alcance de la mano de cualquier púber y entonces, teníamos que usar la imaginación.

Pero había un juego donde toda la pasión por el fútbol se ponía a flor de piel. Descansaba en alguna vereda de un kiosco o de un bar, de donde por ahí te corrían por pendejo, pero siempre encontrabas donde jugarlo. Si, seguramente ya descubrió de lo que hablo, sin importar si lo digo o de la edad que usted tenga, todos sabemos que me refiero al metegol.

El metegol era el estadio donde se anidaban todos los sueños de los pibes que abandonaron la clase. Ahí dentro, estaban los jugadores parados cumpliéndole el sueño a todo entrenador: bien formaditos y sin perder su puesto jamás. Claro que los entrenadores más contentos eran los que juegan 4-4-3, no había lugar para los otros, los más defensivos. Estos jugadores de plomo jamás tiraban una gambeta, pero lo dejaban todo en la cancha moviéndose continuamente. El arquero no tenía manos, bueno muchos llegaron a primera división y parecían no tenerlas, pero este guardameta podía destacarse en el juego sin sus extremidades superiores.

La pelota aparecía por un tubo en la mitad de cancha y todos esperaban expectantes el momento que la bola se echara a rodar. Había pibes que eran muy buenos jugando al metegol. Paraban la pelota y hasta daba pases precisos para que uno de sus jugadores de plomo, mandara la pelota al fondo de la red de hierro. Otros no éramos tan buenos, pero como dije antes, el Metegol nos aceptaba a aquellos que lo dejáramos todo, sin tanta habilidad.

El Metegol era un juego noble de reglas simples que permitía todo, menos una cosa: El molinete. Este acto despreciable, carente de valor fraterno y ético del juego, consistía en darle un fuerte impulso a la línea de jugadores para que estos, después de girar varias veces en el aire, impactaran la pelota con una fuerza inusitada y despiadada, para que esta termine dentro del arco producto de la fuerza y el azar. Este acto era visto como una ofensa, una incapacidad y un desprecio por este juego tan bonito.

Sin embargo, era usado por quienes no tenían tantas habilidades o por aquellos que no querían perder nunca. Entonces, para arreglar los barullos y embrollos entre los participantes, se agregó una regla que debía anticiparse al partido y al grito de “¡molinete no vale!” anticipando así, que, si hubiera un gol de esa forma, este sería invalido. Cuanta justicia poética hizo esa regla tirada al viento, que este no se llevaba y quedaba ahí sobre el estadio para que nadie se la olvide.

En el fútbol profesional, el que juegan los jugadores que si gambetean y los donde los arqueros no tienen los brazos atados al cuerpo y si usan las manos, el Molinete es remplazado por la carambola. La carambola carece de belleza, de poesía, de justicia. La carambola les da a unos lo que no merecen y dejan las manos vacías de quienes lo intentaron todo. 

Es cierto que a veces hace justicia y le da al que lo ha intentado todo, pero tiene el arco cerrado, aunque eso pasa junto al cometa Halley, muy de vez en cuando. Entonces la carambola se vuelve aliada del que solo apuesta al azar, al error, a quien no construye ni escribe poesía en el juego. Pero la carambola vale. No se puede gritar antes de empezar “carambola no vale” como para evitar que un gol tan indigno sume una estrella. Vale. Como diría un amigo “si está dentro del reglamento, es válido”, tan frio como cierto.

Perdóneme esta cruzada contra la carambola, cuando más de una vez usé el molinete y festejé igual. Es que una carambola lastimó mi corazón futbolero y no pude hacer nada, porque gritar “carambola no vale” no tiene el mismo efecto que el molinete en el Metegol. Solo queda esperar estoicamente que el fútbol escriba una paradoja más y sea una carambola la que cure este corazón. Yo preferiría que fuera de otra forma, pero si es de carambola, me alegraré que no se pueda gritar como en el Metegol “¡Molinete no vale!”

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A destiempo

Entre monoplazas y emús

Formula 1

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GOLANDPOP llegó a la Fórmula 1. La gran analogía entre autos y animales en tierras australianas.

Comenzó el Grand Prix de Australia 2024 con pruebas y clasificaciones de las categorías de Fórmula. Desde 1996 esta competencia atrae a miles de espectadores a la ciudad de Melbourne, este año las entradas se agotaron casi 3 meses antes de la fecha de comienzo.

Durante la primer salida a pista de la máxima categoría Leandro Norris lideró con 1.18.564. En la segunda comandó Ferrari con Leclerc a la cabeza. El favorito, Verstappen, quedó segundo en ambas oportunidades, pero es solo el día de prueba, mañana flamearán las banderas en serio. Por el lado de Williams, perdió un auto tras el accidente que tuvo Albon y no podrá reponer el chasis.

En la Fórmula2, Franco Colapinto no tuvo el mejor desempeño a la hora de la clasificación. El argentino largará nuevamente desde el puesto 13.

Tierra de velocidad

Los emús son criaturas muy distintivas y conocidas por su increíble velocidad y apariencia única. Su anatomía está específicamente diseñada para convertirlos en una de las aves más rápidas y ágiles del mundo. La fisonomía de su cuerpo son algunas de las características que hacen a la dinamicidad de esta ave.

Pero, ¿por qué hablamos del emú?. Bueno, allí viene la analogía. El diseño único de los autos de Fórmula los hace ser los animales tecnológicos más veloces. Estas máquinas en conjunto con un equipo de especialistas en mecánica y pilotos conforman un espectáculo de adrenalina y potencia que captura los ojos del mundo.

Patas grandes como el emú, huesos livianos como el emú, resistencia como el emú, la tecnología no es casualidad, la naturaleza enseña al hombre a probar nuevas técnicas. Ambos siguen el instinto, sea 370km/h como los autos o 70km/h como los emús, su eficiencia y agilidad los hace asombrosos.

Entonces, ¿los autos de carrera son como los emus en las pistas o los emus son los autos de carrera de la pradera?.

Fotografias: F1 
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A destiempo

Gigantes de verdad

Historia de superación

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Si nombramos a Maroon Tigers, posiblemente el nombre no le diga nada. Si especificamos que es un equipo perteneciente a la Universidad de Atlanta, Estados Unidos, tampoco. Si le digo que el deporte que se practica es el Basquetbol, rápidamente deducirá que en un equipo de la NCCA y no de la NBA, pero no mucho más. Este equipo universitario es el final de nuestra historia, en realidad la actualidad de la misma, ya que tiene todavía muchas hojas en blanco por escribirse.

Esta actualidad, muestra los resultados de la lucha, el esfuerzo, la dedicación y el no bajar los brazos nunca. Esta actualidad muestra sonrisas, logros, planes cumplidos y un futuro en ese mismo tono. Pero no siempre fue así y es por eso que esta historia merece ser contada y tal vez refleje el anonimato de otros miles que andan por allí girando en el universo. Está en particular, es la historia de Kalin Bennett. ¿No sabe quién es?, lo invito a conocerlo.

Allá por principios de la década del 2000 nació en Arkansas, Kalin Bennett un niño más, de bajos recurso de su zona, pero traía con él, algo que lo hacía distinto a los demás. Fue su madre, quien primero noto esas diferencias y buscó ayuda en los doctores de su región. Fue allí y con apenas 18 meses de vida, que al pequeño Kalin le diagnosticaron Autismo.  Para su madre fue todo un cimbronazo. De pronto debía atender las necesidades del pequeño, para la cual no estaba preparada y más aún después del lapidario letrero que escribió el doctor, tras contarle que el niño tenía TEA.

“Su hijo no podrá caminar ni hablar, nunca”. Con esa frase taladrando su cabeza, Sonja se fue con su hijo en brazos y un millón de dudas en la mochila. Pasó el momento donde hay que procesar la noticia y Sonja, decidió no quedarse con ese letrero y catálogo, fue en busca de nuevas interpretaciones y terapias para Kalin y vaya si lo hizo bien.

No fue fácil, pero su madre sabía que no lo sería. Kalin recién pudo caminar a los 3 años y fue a los 7 años de edad, que dijo sus primeras palabras. Pasaron 7 años para poder borrar aquel letrero con el que se fue, de un hospital de Arkansas. Pero lejos de darse por satisfecha, Sonja siguió motivando a Kalin para que se superará día a día y que aquellas primeras palabras, fueran solo el comienzo.

A pesar que las habilidades sensoriales del niño eran pobres y desconocía el peligro o casi no tenía relaciones sociales con otros niños, Sonja encontró la forma de acercarlo al deporte. Fue en el equipo de Arkansas Hanks donde lo recibieron y ese fue el punto de inflexión. Claro que no era simple, Kalin debía entender el juego, las estrategias y sus compañeros adaptarse a él.

Fue su entrenador de aquel momento que encontró lo que Kalin necesitaba. El muchacho crecía físicamente y tenía potencial, además, amaba las matemáticas y allí estuvo la clave. El entrenador les puso números a las posiciones en la cancha y que debía hacer cada número y como este se relacionaba con los otros números y Kalin, se enamoró del juego. Fue un partido donde su equipo perdía por 30 puntos, que el técnico le dio lugar para mostrar lo aprendido y Kalin, hasta se animó a tirar al aro, desde allí todo fue evolución. Dos años le llevó poder llegar a ese momento y lo logró.

Para 2018 Kalin Bennett se graduaba en la Escuela Secundaria y recibía un montón de propuestas Universitarias, para jugar al basquetbol. Kent State una Universidad que es pionera en temas de inclusión, fue la elegida. Kalin se convirtió en el primer basquetbolista con Autismo en disputar el torneo Universitario llevándose las luces en su debut con triunfo y una beca completa (equivale a un contrato) para vestir los colores de su Universidad.

Kalin Bennett desde aquel momento logró un objetivo que el mismo se propuso: “quiero ser un ejemplo para los niños con autismo como yo y también para quienes no lo tengan, quiero trasmitirles que, si yo pude, todos pueden lograrlo”. Desde aquel momento, Kalin es referencia en escuelas y universidades y muestra en sus redes sociales, sus logros, sus avances y su vida, esa que le dijeron que no podía tener.

Como se imaginará, la historia llega hasta Atlanta donde este gigante de más de 2 metros y 130 kilos, sigue esforzándose por ser parte de lo que ama. El camino fue lento y duro, pero hoy está más llenos de alegría que de otras cosas. El Autismo acompaña a las personas toda la vida, la gente dice “no tiene cura”. Es que el Autismo no necesita cura, necesita espacios que favorezcan la integración y acompañe los tiempos de los niños. El Autismo necesita de esfuerzo y acompañamiento para que cada logro sea el primero de otro que va llegar y de esa manera, llenar el mundo de gigantes como Kalin Bennett, pero que no necesitan medir 2 metros y hacer algo histórico para serlos. Porque Kalin como los demás, serán gigantes por hacer de las cosas simples y comunes de la vida, las más importantes.

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A destiempo

El Superclasico

albirrojos y auriazules

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El superclásico tenía una expectativa mayor tiempo atrás. Es que en el interior del país, tal como nos llaman en Capital Federal, se vivía el fenómeno llamado “doble camiseta” con mucha más fuerza que por estos años. Ahora los pibes y pilas defienden sus equipos locales por sobretodo y miran el superclásico de reojo. Claro que Córdoba sigue siendo un crisol de provincias y es por eso que el Boca-River, el River-Boca no pasa desapercibido.

Por aquellos años pasados, el adolescente tenía las mechas largas y una camiseta de Boca vieja y pasada de moda. No eran tiempos donde el marketing cambia los diseños todos los días, pero esta era vieja para esa época. Del otro lado estaba un hincha de River mayor y canoso, que no sabía de camisetas y esos rituales. A ellos los unía un nexo que para los dos era lo más importante de sus vidas. El nexo era hijo y amigo, de esos que son hermanos. Es por eso que compartían tantas cosas los tres pero la pica era entre el bostero y el gallina.

El Millonario era el encargado de subir la prole al auto y enfilar para el centro buscando un bar para ver los superclásicos. En esas épocas tener el codificado era realmente de millonarios y no me refiero a los de Nuñez. El viaje de ida era pura juerga, alegría y chicanas. Apuestas que nunca se pagaban, promesas que nunca se cumplían. Cada vez que el clásico lo ganaba Boca no había risas ni gastadas, el Xeneize prefería festejar por dentro y no ganarse un viaje a casa, a pata. Pero el clásico en cuestión, era allá por el 97 y si bien fue difícil encontrar lugar, un rinconcito acobijo a los tres.

El hincha de River estaba en extasis. El gol de Berti lo volvió loco de felicidad y exaltación. No paraba de comentar cada jugada y de expresar el famoso “uhhhhh” cada vez que River se codeaba con el gol. También, como pasa siempre, el hincha ganador necesita depositar en un jugador rival, toda la rivalidad que se pueda imaginar. El elegido en este caso, era un tal Diego Armando Maradona que quemaba su último cartucho, sin que nadie lo imaginara. Diego no salió a jugar la segunda mitad y nuestro hincha derrochaba burlas, gestos e improperios. Para él, Maradona había arrugado y Boca estaba perdido…pero….el que ingreso por el Pelusa fue un tal Juan Román Riquelme. El pibito manejo los hilos del clásico y entre Toresani y Palermo dieron vuelta el resultado en el Monumental. El viaje de regreso fue en silencio, sólo se escuchaba de vez en cuando “no lo traigo mas”, mientras la risa xeneize solo se escuchaba en un universo paralelo.

El superclásico siempre los unió. Algunas veces no lo veían juntos y en esos partidos, ganaba River. Nuestro hincha nunca se agarró de esa cábala y lo seguía buscando a riesgo de derrota.

Con los años el superclásico no pesa igual, porque en Córdoba los hinchas elijen a sus clubes. Con los años el superclásico dejó de ser importante para uno de ellos. Es que la vida caprichosa se llevó al riverplatense a otro plano. Entonces ya no había reunión en un bar, chicanas en el viaje, ni silencios de regreso. El superclásico dejó de ser importante para el xeneize hasta el punto de dejar de lado esos colores.

Cada vez que hay un superclásico su memoria vuelve a aquel momento donde fue tan feliz. Y no era Boca, ni River quién lo hacía feliz, sino aquel mágico momento de compartir el superclásico los tres. Hoy pensarlo en un asteroide festejando el clásico de Madrid y su eternidad le saca una mueca de felicidad a quien en otro momento se hubiese escondido en un punto remoto de la tierra.

Mañana seguro mirara el partido como todo el mundo futbolero. El triunfo de Boca pasará inadvertido. El triunfo de River lo hará mirar al cielo y decir “desde donde quieras que estés, puedo escuchar tu carcajada” y cerrará la noche con esa lagrima que solo aparece cuando se extraña algo…algo que se amo y mucho.

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