Con la camiseta de Boca y en la cancha de River, Diego jugó su último partido oficial el 25 de octubre de 1997. El Xeneize ganó 2-1 y el astro, que arrastraba problemas físicos, permaneció en el campo de juego durante 45 minutos. “Se terminó el jugador de fútbol”, anunciaría cuatro días más tarde, en vísperas de su cumpleaños número 37. De ese modo, el “10” consumó su retiro 21 años y 10 días después de su debut profesional.
No fue un sábado más. El 25 de octubre de 1997 fue el primero de esos días que, tratándose de Diego Maradona, creíamos que nunca iban a llegar. El último partido oficial del astro del fútbol argentino -de eso se trata- se jugó en un Estadio Monumental que lució repleto para la ocasión y que tuvo como previa un emotivo homenaje al fotoperiodista José Luis Cabezas, de cuyo asesinato se cumplían exactamente nueve meses. Fue el superclásico de la 10° fecha del Torneo Apertura de Primera División de la AFA.
De aquella tarde se recuerdan la arenga del Capitán Diego en la antesala del
encuentro (“Muchachos, yo no sé ustedes. Pero a mí, para sacarme los puntos, estos hijos de puta me van a tener que matar, me van a tener que sacar la vida”), su saludo respondido con distancia por el DT adversario Ramón Díaz, el socio futbolístico del Mundial juvenil 1979 con el que llevaba un buen tiempo distanciado, y los gestos obscenos que les dedicó a los hinchas ‘millonarios’ luego del encuentro. El triunfo 2-1, sufrido, “a lo Boca”, le había permitido al Xeneize quitarle el invicto a su archirrival y desplazarlo de la cima de la tabla de posiciones. Y en su propia casa.
Diego había reingresado al campo de juego exclusivamente para los festejos, luego de una actuación que no quedó precisamente para el recuerdo y que duró apenas un tiempo. Hacía rato que el “10” venia arrastrando problemas físicos y el entrenador Héctor Veira decidió dejarlo en el vestuario en el entretiempo y cambiarlo por Claudio Caniggia. Así quedó consignado en la planilla que firmó el árbitro Horacio Elizondo, más allá de que en el imaginario popular la salida de Maradona haya quedado asociada al ingreso de un pibe que prometía, un tal Juan Román Riquelme.
La última postal “oficial” de Maradona en Boca lo mostraría con aquella camiseta diseñada por la multinacional estadounidense Nike, con dos vivos blancos separando los tradicionales azul y amarillo, y que el propio capitán xeneize cuestionó con una de sus habituales ironías: “Esa es la camiseta de Michigan, y yo la camiseta de Michigan no me la pongo”.
“Se terminó el jugador”
Cuatro días más tarde, en vísperas de su cumpleaños número 37, Diego anunciaría su retiro definitivo de las canchas. “Se terminó el jugador de fútbol”, fue la categórica frase que el “10” pronunció aquel 29 de octubre. “Con todo el dolor del alma ha llegado el momento de anunciar mi retiro. Éste es definitivo, me lo pidió mi viejo llorando. No puede ser que mi familia sufra tanto con cada control antidoping, que la ola de rumores nos envuelva”, argumentó el campeón del mundo de México ‘86.
Habían pasado 21 años y nueve días del famoso caño a Juan Domingo Patricio Cabrera, en aquella célebre primera jugada de su debut con la camiseta de Argentinos Juniors, en la cancha que hoy lleva su nombre en el barrio porteño de La Paternal, y ante Talleres (0-1) por el Campeonato Nacional.
En Boca, donde también hizo su presentación formal frente a la “T” -el 22 de febrero de 1981, por la fecha inaugural del Metropolitano y con dos goles de penal a Héctor “Chocolate” Baley-, Maradona completó una campaña de 71 partidos oficiales y 40 amistosos en tres etapas diferentes (1981/82; 1995/1996 y 1997), con 56 goles y una vuelta olímpica.
Con el uniforme azul y oro se presentó en 16 países del exterior: Brasil, Corea del Sur, Costa de Marfil, Chile, China, Ecuador, Estados Unidos, España, Francia, Guatemala, Hong Kong, Italia, Japón, Kuala Lumpur, México y Perú. En Córdoba disputó cinco encuentros, todos en el actual Estadio Kempes, cuatro en 1981 (2-1 vs. Belgrano, amistoso; 0-1 vs. Talleres y 0-0 vs. Instituto; Metropolitano; 4-1 vs. Instituto con tres goles, Nacional) y el restante en 1995 (1-0 vs. Belgrano, Torneo Apertura).
Después de aquel superclásico de hace un cuarto de siglo en Núñez, Boca ganó seis partidos, igualó dos y perdió uno, y debió conformarse con el subcampeonato del Torneo Apertura 1997. Con una seguidilla de siete victorias y tres empates, River lo terminó superando en el cómputo final.
111 PARTIDOS. En tres etapas diferentes, el astro del fútbol mundial jugó
71 partidos oficiales y 40 encuentros amistosos con la camiseta azul y oro.
Diego siempre está
En su último regreso a La Bombonera, como DT de Gimnasia y Esgrima La Plata, Riquelme -termo en mano y con el traje de vicepresidente 1°- gambetearía a Maradona y delegaría el homenaje a manos de otros dos campeones del Metropolitano ’81, Miguel Brindisi y Hugo Perotti. El ícono de Boca y el astro del fútbol mundial venían distanciados desde los tiempos previos a la disputa del Mundial de Sudáfrica 2010.
En la celebración del sufrido campeonato del fin de semana pasado, mientras las transmisiones de la TV parecían empecinadas en mostrar a Riquelme en su particular modo “felí” y cebando mates hasta el hartazgo, algún director de cámara ordenó el paneo y aparecieron los trapos maradonianos revoloteando en las cercanías del Riachuelo. Ya sabíamos que La Bombonera late. Ahora tenemos en claro que tampoco olvida.
En pocos días, Qatar 2022 se convertirá en el primer Mundial de Medio Oriente, y también el primero sin Maradona después de muchísimos años.
En la final del ’78, Diego fue testigo de la celebración de sus excompañeros en las plateas del Monumental y luego salió raudamente para llevar a su amigo Daniel Valencia hasta el hotel donde “el Rana” tenía las pertenencias con las que, desafiando el marcial protocolo celebratorio, emprendería el viaje a Jujuy para reencontrarse con su mamá. Cuarenta años después, en 2018, Diego fue testigo de la consagración de Francia ante Croacia en el Estadio Olímpico Luzhniki de Moscú. Fue la tarde del reencuentro y del abrazo con Daniel Passarella, con quienes no se hablaban desde aquella tapa de ‘El Gráfico’ en la que ambos posaron con sombrero mariachi, en los convulsionados días previos a la Copa del Mundo del ’86.
En el medio, las lágrimas de impotencia, felicidad, bronca y dolor que marcaron sus respectivos pasos por España ’82, México ’86, Italia ’90 y Estados Unidos ’94; y también la experiencia como DT en Sudáfrica 2010. En Francia ’98, Japón-Corea 2002, Alemania 2006 y Brasil 2014, el excapitán del representativo de la AFA estuvo presente en el rol de comentarista.
La ausencia del mejor futbolista de todos los tiempos será otra de las rarezas de la fastuosa puesta en escena del caluroso invierno qatarí. Como ya sabemos, el 25 de noviembre de 2020 fue el segundo de esos días que, tratándose de Diego Maradona, creíamos que nunca iban a llegar.
La última función
River Plate (1): Germán Burgos; Hernán Díaz, Celso Ayala, Eduardo Berizzo y Diego Placente; Roberto Monserrat, Leonardo Astrada y Alfredo Berti; Marcelo Gallardo; Sebastián Rambert y Marcelo Salas. DT: Ramón Díaz. Suplentes: Roberto Bonano y Juan José Borrelli.
Boca Juniors (2): Oscar Córdoba; Nelson Vivas, Jorge Bermúdez, Néstor Fabbri y Rodolfo Arruabarrena; Julio Toresani, Diego Cagna y Nolberto Solano; Diego Maradona; Diego Latorre y Martín Palermo; DT: Héctor Veira. Suplentes: Roberto Abbondanzieri y Guillermo Barros Schelotto.
Goles: PT, 40 Berti (RP). ST, 2m Toresani (B) y 22m Palermo (BJ).
Cambios: ST, inicio, Juan Román Riquelme por Maradona (BJ) y Claudio Caniggia por Vivas (BJ): 17m Marcelo Escudero por Rambert (RP); 35m Martín Cardetti por Monserrat (RP); 36m Juan Pablo Sorín por Placente (RP); 37m Cristian Traverso por Latorre (BJ). Amonestados: Vivas,
Toresani, Cagna y Palermo (BJ). Expulsado: ST, 11m Hernán Díaz (RP).
Árbitro: Horacio Elizondo. Torneo Apertura 1997: 10° fecha.
Espectadores: 60.000.
Recaudación: 1.100.000 dólares.
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Si nombramos a Maroon Tigers, posiblemente el nombre no le diga nada. Si especificamos que es un equipo perteneciente a la Universidad de Atlanta, Estados Unidos, tampoco. Si le digo que el deporte que se practica es el Basquetbol, rápidamente deducirá que en un equipo de la NCCA y no de la NBA, pero no mucho más. Este equipo universitario es el final de nuestra historia, en realidad la actualidad de la misma, ya que tiene todavía muchas hojas en blanco por escribirse.
Esta actualidad, muestra los resultados de la lucha, el esfuerzo, la dedicación y el no bajar los brazos nunca. Esta actualidad muestra sonrisas, logros, planes cumplidos y un futuro en ese mismo tono. Pero no siempre fue así y es por eso que esta historia merece ser contada y tal vez refleje el anonimato de otros miles que andan por allí girando en el universo. Está en particular, es la historia de Kalin Bennett. ¿No sabe quién es?, lo invito a conocerlo.
Allá por principios de la década del 2000 nació en Arkansas, Kalin Bennett un niño más, de bajos recurso de su zona, pero traía con él, algo que lo hacía distinto a los demás. Fue su madre, quien primero noto esas diferencias y buscó ayuda en los doctores de su región. Fue allí y con apenas 18 meses de vida, que al pequeño Kalin le diagnosticaron Autismo. Para su madre fue todo un cimbronazo. De pronto debía atender las necesidades del pequeño, para la cual no estaba preparada y más aún después del lapidario letrero que escribió el doctor, tras contarle que el niño tenía TEA.
“Su hijo no podrá caminar ni hablar, nunca”. Con esa frase taladrando su cabeza, Sonja se fue con su hijo en brazos y un millón de dudas en la mochila. Pasó el momento donde hay que procesar la noticia y Sonja, decidió no quedarse con ese letrero y catálogo, fue en busca de nuevas interpretaciones y terapias para Kalin y vaya si lo hizo bien.
No fue fácil, pero su madre sabía que no lo sería. Kalin recién pudo caminar a los 3 años y fue a los 7 años de edad, que dijo sus primeras palabras. Pasaron 7 años para poder borrar aquel letrero con el que se fue, de un hospital de Arkansas. Pero lejos de darse por satisfecha, Sonja siguió motivando a Kalin para que se superará día a día y que aquellas primeras palabras, fueran solo el comienzo.
A pesar que las habilidades sensoriales del niño eran pobres y desconocía el peligro o casi no tenía relaciones sociales con otros niños, Sonja encontró la forma de acercarlo al deporte. Fue en el equipo de Arkansas Hanks donde lo recibieron y ese fue el punto de inflexión. Claro que no era simple, Kalin debía entender el juego, las estrategias y sus compañeros adaptarse a él.
Fue su entrenador de aquel momento que encontró lo que Kalin necesitaba. El muchacho crecía físicamente y tenía potencial, además, amaba las matemáticas y allí estuvo la clave. El entrenador les puso números a las posiciones en la cancha y que debía hacer cada número y como este se relacionaba con los otros números y Kalin, se enamoró del juego. Fue un partido donde su equipo perdía por 30 puntos, que el técnico le dio lugar para mostrar lo aprendido y Kalin, hasta se animó a tirar al aro, desde allí todo fue evolución. Dos años le llevó poder llegar a ese momento y lo logró.
Para 2018 Kalin Bennett se graduaba en la Escuela Secundaria y recibía un montón de propuestas Universitarias, para jugar al basquetbol. Kent State una Universidad que es pionera en temas de inclusión, fue la elegida. Kalin se convirtió en el primer basquetbolista con Autismo en disputar el torneo Universitario llevándose las luces en su debut con triunfo y una beca completa (equivale a un contrato) para vestir los colores de su Universidad.
Kalin Bennett desde aquel momento logró un objetivo que el mismo se propuso: “quiero ser un ejemplo para los niños con autismo como yo y también para quienes no lo tengan, quiero trasmitirles que, si yo pude, todos pueden lograrlo”. Desde aquel momento, Kalin es referencia en escuelas y universidades y muestra en sus redes sociales, sus logros, sus avances y su vida, esa que le dijeron que no podía tener.
Como se imaginará, la historia llega hasta Atlanta donde este gigante de más de 2 metros y 130 kilos, sigue esforzándose por ser parte de lo que ama. El camino fue lento y duro, pero hoy está más llenos de alegría que de otras cosas. El Autismo acompaña a las personas toda la vida, la gente dice “no tiene cura”. Es que el Autismo no necesita cura, necesita espacios que favorezcan la integración y acompañe los tiempos de los niños. El Autismo necesita de esfuerzo y acompañamiento para que cada logro sea el primero de otro que va llegar y de esa manera, llenar el mundo de gigantes como Kalin Bennett, pero que no necesitan medir 2 metros y hacer algo histórico para serlos. Porque Kalin como los demás, serán gigantes por hacer de las cosas simples y comunes de la vida, las más importantes.
El superclásico tenía una expectativa mayor tiempo atrás. Es que en el interior del país, tal como nos llaman en Capital Federal, se vivía el fenómeno llamado “doble camiseta” con mucha más fuerza que por estos años. Ahora los pibes y pilas defienden sus equipos locales por sobretodo y miran el superclásico de reojo. Claro que Córdoba sigue siendo un crisol de provincias y es por eso que el Boca-River, el River-Boca no pasa desapercibido.
Por aquellos años pasados, el adolescente tenía las mechas largas y una camiseta de Boca vieja y pasada de moda. No eran tiempos donde el marketing cambia los diseños todos los días, pero esta era vieja para esa época. Del otro lado estaba un hincha de River mayor y canoso, que no sabía de camisetas y esos rituales. A ellos los unía un nexo que para los dos era lo más importante de sus vidas. El nexo era hijo y amigo, de esos que son hermanos. Es por eso que compartían tantas cosas los tres pero la pica era entre el bostero y el gallina.
El Millonario era el encargado de subir la prole al auto y enfilar para el centro buscando un bar para ver los superclásicos. En esas épocas tener el codificado era realmente de millonarios y no me refiero a los de Nuñez. El viaje de ida era pura juerga, alegría y chicanas. Apuestas que nunca se pagaban, promesas que nunca se cumplían. Cada vez que el clásico lo ganaba Boca no había risas ni gastadas, el Xeneize prefería festejar por dentro y no ganarse un viaje a casa, a pata. Pero el clásico en cuestión, era allá por el 97 y si bien fue difícil encontrar lugar, un rinconcito acobijo a los tres.
El hincha de River estaba en extasis. El gol de Berti lo volvió loco de felicidad y exaltación. No paraba de comentar cada jugada y de expresar el famoso “uhhhhh” cada vez que River se codeaba con el gol. También, como pasa siempre, el hincha ganador necesita depositar en un jugador rival, toda la rivalidad que se pueda imaginar. El elegido en este caso, era un tal Diego Armando Maradona que quemaba su último cartucho, sin que nadie lo imaginara. Diego no salió a jugar la segunda mitad y nuestro hincha derrochaba burlas, gestos e improperios. Para él, Maradona había arrugado y Boca estaba perdido…pero….el que ingreso por el Pelusa fue un tal Juan Román Riquelme. El pibito manejo los hilos del clásico y entre Toresani y Palermo dieron vuelta el resultado en el Monumental. El viaje de regreso fue en silencio, sólo se escuchaba de vez en cuando “no lo traigo mas”, mientras la risa xeneize solo se escuchaba en un universo paralelo.
El superclásico siempre los unió. Algunas veces no lo veían juntos y en esos partidos, ganaba River. Nuestro hincha nunca se agarró de esa cábala y lo seguía buscando a riesgo de derrota.
Con los años el superclásico no pesa igual, porque en Córdoba los hinchas elijen a sus clubes. Con los años el superclásico dejó de ser importante para uno de ellos. Es que la vida caprichosa se llevó al riverplatense a otro plano. Entonces ya no había reunión en un bar, chicanas en el viaje, ni silencios de regreso. El superclásico dejó de ser importante para el xeneize hasta el punto de dejar de lado esos colores.
Cada vez que hay un superclásico su memoria vuelve a aquel momento donde fue tan feliz. Y no era Boca, ni River quién lo hacía feliz, sino aquel mágico momento de compartir el superclásico los tres. Hoy pensarlo en un asteroide festejando el clásico de Madrid y su eternidad le saca una mueca de felicidad a quien en otro momento se hubiese escondido en un punto remoto de la tierra.
Mañana seguro mirara el partido como todo el mundo futbolero. El triunfo de Boca pasará inadvertido. El triunfo de River lo hará mirar al cielo y decir “desde donde quieras que estés, puedo escuchar tu carcajada” y cerrará la noche con esa lagrima que solo aparece cuando se extraña algo…algo que se amo y mucho.