¡Césped a la vista! Consumado el “sorteo” del fixture, ya asoman en el horizonte Colón y los otros 25 tripulantes de la Liga Profesional. El nuevo campeonato desembarcará en su orilla de canchas vacías y cámaras encendidas el viernes 16 de julio, seis días después de la final de la Copa América de la pandemia. Sólo es cuestión de esperar que Lionel Messi sigue batiendo récords e intentando romper hechizos un tiempito más en Brasil.
En medio de feroces internas, las expuestas y las subyacentes, la dirigencia del fútbol argentino intenta reposicionar su producto bruto interno sobreactuando las “emociones” que devienen de los torneos largos. Lo mismo decían que los medianos, los cortos, los que se jugaban en dos grandes zonas, los que se repartían en un montón de grupitos, los que incluían clásicos y los que los evitaban, los que cotizaban las milésimas y los que supuestamente iban a darle más estabilidad a los entrenadores. En fin.
Desde el puntapié inicial hasta el pitazo final serán 325 partidos repartidos en un apretado calendario de 150 días que programará funciones entre semana y deberá convivir con varias fechas de la demorada clasificación mundialista. El último de los 25 capítulos de la serie está programado para el domingo 12 de diciembre. Habrá que esperar hasta entonces para saber si los cambios no terminan siendo más, o menos, de lo mismo: puro gatopardismo.
De un largo tiempo a esta parte, los dueños de la pelota parecen empecinados en alimentar con sus desaguisados esas extensas discusiones de sobremesa que muchos confunden con periodismo deportivo. Como contribución a tanta polémica, y a esas extensas odas a la nada, llega un nuevo “villano invitado”: el VAR.
Según los “cráneos” de la pelota, el sistema de video arbitraje viene para quedarse y hacer más justo el asunto y no para disimular las crónicas carencias técnicas del referato del país. Esa especie de Sagrada Familia que le concedió la responsabilidad de dirigir el juego clave de la Copa de la Liga a un tipo que pretendió sacar a los empujones a un jugador que debía ser reemplazado.
En el predio de Ezeiza -que nadie sabe por qué a esta altura del partido sigue llevando el nombre de Julio Humberto Grondona- ya está armado todo el circo. Un espacio de 150 metros cuadrados que costó 1,5 millón de dólares y que los popes de los clubes miran de reojo porque intuyen que la inversión y/o gasto deberá ser amortizada también por sus economías.
En las 48 hectáreas donde tiene su búnker el seleccionado argentino se instaló el nuevo punto neurálgico del fútbol argentino, con todos los chiches tecnológicos, gracias a los buenos oficios de un viejo conocido de la casa: Torneos. La misma empresa que tuvo como CEO a Alejandro Burzaco, que
hizo pingües negocios durante el larguísimo mandato de “Don Julio” como amo y señor de la pelota y que está mencionada con todas las letras en los expedientes del escandaloso FIFA Gate.
Está claro que no todo pasa, y no hay que irse hasta Ezeiza para caer en la cuenta. Basta con recordar que Néstor Pitana representó al arbitraje argentino en los últimos dos Mundiales (¡hasta dirigió la final de Rusia 2018!). Y que la avenida más grande de Córdoba lleva el nombre de Colón. Y no en honor al Sabalero.