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El Zurdo no tenía nombre o yo no lo conocía. Para los amigos y los clientes que le compraban billetes de lotería en la peatonal de Córdoba, era simplemente el Zurdo.

El sobrenombre tenía origen en su pasado de boxeador. Era muy común en los gimnasios de la década del cuarenta apodar así a los púgiles con guardia invertida. Un buen signo de distinción, ya que como los entrenadores de esos años, no querían tener zurdos en su establo, los convertían en diestros, por lo que no eran muchos los que usaban la derecha adelantada.

Está claro por su actividad actual, que el duro y, por entonces, viril deporte de los puños y los dientes apretados no le había sido muy amigable. Aunque no son pocos los boxeadores que luego de su reinado vuelven a caer en la mala, se notaba que Rivadero no era el caso. Él nunca contaba mucho de su campaña deportiva y cuando lo hacía se reía de su propio fracaso.

Una vez un periodista riocuartense alertado por el mejor amigo del Zurdo, le hizo una entrevista y le recordó el suceso.

 – ¿Asique usted Rivadero combatió con Pascual Pérez? _ Le consultó el cronista, quien ignoraba por completo si la historia que el Negro Rodríguez le había contado era cierta o era una más de sus habituales bromas.

 -Por supuesto, respondió el Zurdo sin parpadear ni mirar hacia arriba y a la derecha, como dicen que hacen los mentirosos.

Ni el propio joven periodista entendía que quería decir haber estado frente a frente con el gran “Pascualito”. Pascual Pérez, mendocino de origen, fue campeón olímpico y mundial de peso mosca. Para muchos especialistas es el mejor boxeador argentino de todos los tiempos inclusive por encima del enorme Carlos Monzón. El pequeño gladiador ganó todos los campeonatos que se le pusieron en el camino como aficionado culminando su inmaculada carrera amateur, con la medalla dorada en los Juegos Olímpicos de Londres 1952.

Como profesional, primero fue campeón argentino y luego mundial en épocas de ocho categorías y una sola versión. Es decir que “Pascualito” fue uno de los ocho campeones mundiales que hubo en el arranque de la década del cincuenta. Por otro lado Pérez ostenta un récord que hasta hoy no se ha podido quebrar en el boxeo argentino: es el único compatriota que después de haber logrado una presea dorada en un juego olímpico llegó a ser campeón del mundo como profesional. Sí, eso que para los yankis podría ser algo común – por caso lo logró Muhammad Ali -campeón olímpico medio pesado en Roma 60 y luego triple campeón mundial de los pesos completos-, para La Argentina el suceso no se ha vuelto a repetir en 70 años.

No hay dudas de que si la historia de Rodríguez y ratificada por Rivadero era cierta, el choque entre el Zurdo y Pascualito tendría que haber sido allá por el año 1945. Las fechas cerraban, el Zurdo era del 29 y es posible que a los dieciséis años hubiese enfrentado a un Pascual Pérez novicio, del cual a ningún erudito se le hubiera pasado por la cabeza pensar, que pocos años más tarde, se iba a transformar en el primer campeón del mundo profesional del país.

Es decir que aún siendo cierta la pelea en cuestión, el Zurdo no enfrentó al Pascualito consagrado, sino a un proyecto de crack que cumplió su promesa algo más de un lustro después. La aclaración no es un detalle menor, aunque no le resta mérito al enjuto y simpático vendedor de lotería. Hoy con Pascualito elevado a la categoría de mito y sesenta y pico de años después el Zurdo tiene derecho a contar la anécdota con orgullo y aires de leyenda.

El combate, contaba siempre Rodríguez, fue en el Córdoba Sport Club, una especie de Luna Park cordobés, donde nacieron a la fama los más importantes boxeadores de la provincia y los mejores cuentos del humor mediterráneo. De hecho en ese palacio de los deportes perdió su última pelea como profesional el mismísimo Carlos Monzón.  Fue por puntos y contra el sanluiseño Alberto Pirincho Massi. También nacieron allí, chistes memorables que supo contar el Negro ‘e La Juana, entre otros famosos cuentistas. Recuerdo aquel que surgió en una pelea de poca acción. Los boxeadores no se pegaban y entonces un tipo de voz gruesa gritó desde la grada: “Queremos ver sangre” mientras que otro de voz aflautada le respondió desde la tribuna opuesta con una tonada cordobesa de museo: “Poné el ocote”.

El periodista sabía dentro de su ignorancia boxística, que Pascual Pérez no era un nombre cualquiera. Le sonaba en las historias que le contaba su abuelo, o algún tío viejo que juraba haber escuchado el relato de Fioravanti en su pelea consagratoria con Yoshio Shirai. Al muchacho le bastaba sentir la fonética del apodo Pascualito para saber que no estaba entrevistando a cualquiera. Encima no era fácil para él llegar a los grandes protagonistas del deporte nacional desde su pequeña FM del sur de la provincia. Para él la nota cobraba trascendencia y para sus oyentes también. Si la historia era cierta o no importaba poco. Además el chico la creyó de parto, no lo había abrevando en los manuales de los periodistas inescrupulosos que versan que “una mentira no debe arruinar una buena nota”. El pibe era inocente. Además, aclaro que ni a la Federación Argentina de Box, le consta que el combate haya o no existido, en tiempos donde las peleas entre aficionados no guardaban registro.

En el grabador Panasonic de caset ya estaba documentado el escueto y seguro sí del Zurdo, ante la pregunta sobre la tan mentada pelea, entonces el muchacho que no tenía mucha experiencia arruinó la nota en la segunda y última pregunta. Podría haber pasado por toda la biografía del ex boxeador que habiéndose cruzado en el ring con el gran campeón hoy vive para contarlo. Pudo haber repasado toda la carrera boxística de Rivadero,

sus éxitos y desventuras. Las razones por las cuales Pascualito llegó y él debió resignarse al retiro. Cómo es que la vida te consagra o te golpea. O la ironía del destino que le dio todo a Pérez en lo deportivo, pero le quitó en lo personal. Podría haberse floreado con comparaciones satisfactorias para su entrevistado; de pronto el Zurdo no había llegado tan lejos como Pascualito pero estaba vivo y feliz, mientras que el ídolo murió solo, alcohólico y engañado por su amada.

Pero no el periodista fue al grano, fue a la pelea y con el cliché típico que fotocopian los nuevos periodistas. Fue a la emoción, al sentimiento. Y el boxeo es una de las pocas prácticas en las que lo importante no es competir, porque a los goles te los hacen en la cara.

Entonces es mejor preguntar por la pelea en sí. Por cómo se habían dado los sucesos. Si Pascualito era ya una figurita dentro del amateurismo y, si lo era por qué lo habían puesto a él a pelear con semejante estrella. Tal vez él también era un protegido del boxeo cordobés como Pérez lo era para los cuyanos. O si fue un combate más y se sorprendió después con la rutilante carrera de su ex rival. Si pudo verlo tiempo más tarde. Si Pascualito lo recordó o si le fue imposible en sus más de cien peleas como amateur. Si el pleito había sido por algún campeonato o si había sido una simple pelea complementaria de otras grandes de la época.

Sin embargo no, el tipito fue al sentimiento y en verdad no estaba mal, simplemente que quizás debió meter la muletilla gastada un par de preguntas más tarde. No estaba errado ir por el sentimiento, porque estaba bueno preguntar si uno con el tiempo podía ser hincha del adversario ante una pelea mundialista, si es cierto eso de que los boxeadores intentan arrancarse la cabeza en el ring, pero cando suena el último gong se abrazan sin rencor. Ese refrán de Bonavena tantas veces mencionado, “que hasta el banquito te sacan”, sumado al de Monzón: “Cuando llaman a pelear el que está frente a vos se quiere quedar con el pan de tus hijos”. Y todo eso ante el gran Pascualito.

Aquel periodista le preguntó al Zurdo: _ ¿Qué sintió esa noche cuando subió al ring a enfrentar nada menos que al inmortal Pascual Pérez?.

El Zurdo Rivadero lo miró, semblanteó a los amigos que lo acompañaban, se sonrió de queruza hacia la izquierda, como haciendo la seña del siete de oros, y cerró la nota en diez segundos. La respuesta no tuvo repreguntas. Entre carcajadas y las reflexiones del auditorio el Zurdo respondió con la sabiduría del tipo de la calle: _ ¿Qué sentí, pibe? ¿Qué sentí? ¡Muuuuuchas  trompadas!”…

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A destiempo

Entre monoplazas y emús

Formula 1

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GOLANDPOP llegó a la Fórmula 1. La gran analogía entre autos y animales en tierras australianas.

Comenzó el Grand Prix de Australia 2024 con pruebas y clasificaciones de las categorías de Fórmula. Desde 1996 esta competencia atrae a miles de espectadores a la ciudad de Melbourne, este año las entradas se agotaron casi 3 meses antes de la fecha de comienzo.

Durante la primer salida a pista de la máxima categoría Leandro Norris lideró con 1.18.564. En la segunda comandó Ferrari con Leclerc a la cabeza. El favorito, Verstappen, quedó segundo en ambas oportunidades, pero es solo el día de prueba, mañana flamearán las banderas en serio. Por el lado de Williams, perdió un auto tras el accidente que tuvo Albon y no podrá reponer el chasis.

En la Fórmula2, Franco Colapinto no tuvo el mejor desempeño a la hora de la clasificación. El argentino largará nuevamente desde el puesto 13.

Tierra de velocidad

Los emús son criaturas muy distintivas y conocidas por su increíble velocidad y apariencia única. Su anatomía está específicamente diseñada para convertirlos en una de las aves más rápidas y ágiles del mundo. La fisonomía de su cuerpo son algunas de las características que hacen a la dinamicidad de esta ave.

Pero, ¿por qué hablamos del emú?. Bueno, allí viene la analogía. El diseño único de los autos de Fórmula los hace ser los animales tecnológicos más veloces. Estas máquinas en conjunto con un equipo de especialistas en mecánica y pilotos conforman un espectáculo de adrenalina y potencia que captura los ojos del mundo.

Patas grandes como el emú, huesos livianos como el emú, resistencia como el emú, la tecnología no es casualidad, la naturaleza enseña al hombre a probar nuevas técnicas. Ambos siguen el instinto, sea 370km/h como los autos o 70km/h como los emús, su eficiencia y agilidad los hace asombrosos.

Entonces, ¿los autos de carrera son como los emus en las pistas o los emus son los autos de carrera de la pradera?.

Fotografias: F1 

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A destiempo

Gigantes de verdad

Historia de superación

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Si nombramos a Maroon Tigers, posiblemente el nombre no le diga nada. Si especificamos que es un equipo perteneciente a la Universidad de Atlanta, Estados Unidos, tampoco. Si le digo que el deporte que se practica es el Basquetbol, rápidamente deducirá que en un equipo de la NCCA y no de la NBA, pero no mucho más. Este equipo universitario es el final de nuestra historia, en realidad la actualidad de la misma, ya que tiene todavía muchas hojas en blanco por escribirse.

Esta actualidad, muestra los resultados de la lucha, el esfuerzo, la dedicación y el no bajar los brazos nunca. Esta actualidad muestra sonrisas, logros, planes cumplidos y un futuro en ese mismo tono. Pero no siempre fue así y es por eso que esta historia merece ser contada y tal vez refleje el anonimato de otros miles que andan por allí girando en el universo. Está en particular, es la historia de Kalin Bennett. ¿No sabe quién es?, lo invito a conocerlo.

Allá por principios de la década del 2000 nació en Arkansas, Kalin Bennett un niño más, de bajos recurso de su zona, pero traía con él, algo que lo hacía distinto a los demás. Fue su madre, quien primero noto esas diferencias y buscó ayuda en los doctores de su región. Fue allí y con apenas 18 meses de vida, que al pequeño Kalin le diagnosticaron Autismo.  Para su madre fue todo un cimbronazo. De pronto debía atender las necesidades del pequeño, para la cual no estaba preparada y más aún después del lapidario letrero que escribió el doctor, tras contarle que el niño tenía TEA.

“Su hijo no podrá caminar ni hablar, nunca”. Con esa frase taladrando su cabeza, Sonja se fue con su hijo en brazos y un millón de dudas en la mochila. Pasó el momento donde hay que procesar la noticia y Sonja, decidió no quedarse con ese letrero y catálogo, fue en busca de nuevas interpretaciones y terapias para Kalin y vaya si lo hizo bien.

No fue fácil, pero su madre sabía que no lo sería. Kalin recién pudo caminar a los 3 años y fue a los 7 años de edad, que dijo sus primeras palabras. Pasaron 7 años para poder borrar aquel letrero con el que se fue, de un hospital de Arkansas. Pero lejos de darse por satisfecha, Sonja siguió motivando a Kalin para que se superará día a día y que aquellas primeras palabras, fueran solo el comienzo.

A pesar que las habilidades sensoriales del niño eran pobres y desconocía el peligro o casi no tenía relaciones sociales con otros niños, Sonja encontró la forma de acercarlo al deporte. Fue en el equipo de Arkansas Hanks donde lo recibieron y ese fue el punto de inflexión. Claro que no era simple, Kalin debía entender el juego, las estrategias y sus compañeros adaptarse a él.

Fue su entrenador de aquel momento que encontró lo que Kalin necesitaba. El muchacho crecía físicamente y tenía potencial, además, amaba las matemáticas y allí estuvo la clave. El entrenador les puso números a las posiciones en la cancha y que debía hacer cada número y como este se relacionaba con los otros números y Kalin, se enamoró del juego. Fue un partido donde su equipo perdía por 30 puntos, que el técnico le dio lugar para mostrar lo aprendido y Kalin, hasta se animó a tirar al aro, desde allí todo fue evolución. Dos años le llevó poder llegar a ese momento y lo logró.

Para 2018 Kalin Bennett se graduaba en la Escuela Secundaria y recibía un montón de propuestas Universitarias, para jugar al basquetbol. Kent State una Universidad que es pionera en temas de inclusión, fue la elegida. Kalin se convirtió en el primer basquetbolista con Autismo en disputar el torneo Universitario llevándose las luces en su debut con triunfo y una beca completa (equivale a un contrato) para vestir los colores de su Universidad.

Kalin Bennett desde aquel momento logró un objetivo que el mismo se propuso: “quiero ser un ejemplo para los niños con autismo como yo y también para quienes no lo tengan, quiero trasmitirles que, si yo pude, todos pueden lograrlo”. Desde aquel momento, Kalin es referencia en escuelas y universidades y muestra en sus redes sociales, sus logros, sus avances y su vida, esa que le dijeron que no podía tener.

Como se imaginará, la historia llega hasta Atlanta donde este gigante de más de 2 metros y 130 kilos, sigue esforzándose por ser parte de lo que ama. El camino fue lento y duro, pero hoy está más llenos de alegría que de otras cosas. El Autismo acompaña a las personas toda la vida, la gente dice “no tiene cura”. Es que el Autismo no necesita cura, necesita espacios que favorezcan la integración y acompañe los tiempos de los niños. El Autismo necesita de esfuerzo y acompañamiento para que cada logro sea el primero de otro que va llegar y de esa manera, llenar el mundo de gigantes como Kalin Bennett, pero que no necesitan medir 2 metros y hacer algo histórico para serlos. Porque Kalin como los demás, serán gigantes por hacer de las cosas simples y comunes de la vida, las más importantes.

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A destiempo

El Superclasico

albirrojos y auriazules

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El superclásico tenía una expectativa mayor tiempo atrás. Es que en el interior del país, tal como nos llaman en Capital Federal, se vivía el fenómeno llamado “doble camiseta” con mucha más fuerza que por estos años. Ahora los pibes y pilas defienden sus equipos locales por sobretodo y miran el superclásico de reojo. Claro que Córdoba sigue siendo un crisol de provincias y es por eso que el Boca-River, el River-Boca no pasa desapercibido.

Por aquellos años pasados, el adolescente tenía las mechas largas y una camiseta de Boca vieja y pasada de moda. No eran tiempos donde el marketing cambia los diseños todos los días, pero esta era vieja para esa época. Del otro lado estaba un hincha de River mayor y canoso, que no sabía de camisetas y esos rituales. A ellos los unía un nexo que para los dos era lo más importante de sus vidas. El nexo era hijo y amigo, de esos que son hermanos. Es por eso que compartían tantas cosas los tres pero la pica era entre el bostero y el gallina.

El Millonario era el encargado de subir la prole al auto y enfilar para el centro buscando un bar para ver los superclásicos. En esas épocas tener el codificado era realmente de millonarios y no me refiero a los de Nuñez. El viaje de ida era pura juerga, alegría y chicanas. Apuestas que nunca se pagaban, promesas que nunca se cumplían. Cada vez que el clásico lo ganaba Boca no había risas ni gastadas, el Xeneize prefería festejar por dentro y no ganarse un viaje a casa, a pata. Pero el clásico en cuestión, era allá por el 97 y si bien fue difícil encontrar lugar, un rinconcito acobijo a los tres.

El hincha de River estaba en extasis. El gol de Berti lo volvió loco de felicidad y exaltación. No paraba de comentar cada jugada y de expresar el famoso “uhhhhh” cada vez que River se codeaba con el gol. También, como pasa siempre, el hincha ganador necesita depositar en un jugador rival, toda la rivalidad que se pueda imaginar. El elegido en este caso, era un tal Diego Armando Maradona que quemaba su último cartucho, sin que nadie lo imaginara. Diego no salió a jugar la segunda mitad y nuestro hincha derrochaba burlas, gestos e improperios. Para él, Maradona había arrugado y Boca estaba perdido…pero….el que ingreso por el Pelusa fue un tal Juan Román Riquelme. El pibito manejo los hilos del clásico y entre Toresani y Palermo dieron vuelta el resultado en el Monumental. El viaje de regreso fue en silencio, sólo se escuchaba de vez en cuando “no lo traigo mas”, mientras la risa xeneize solo se escuchaba en un universo paralelo.

El superclásico siempre los unió. Algunas veces no lo veían juntos y en esos partidos, ganaba River. Nuestro hincha nunca se agarró de esa cábala y lo seguía buscando a riesgo de derrota.

Con los años el superclásico no pesa igual, porque en Córdoba los hinchas elijen a sus clubes. Con los años el superclásico dejó de ser importante para uno de ellos. Es que la vida caprichosa se llevó al riverplatense a otro plano. Entonces ya no había reunión en un bar, chicanas en el viaje, ni silencios de regreso. El superclásico dejó de ser importante para el xeneize hasta el punto de dejar de lado esos colores.

Cada vez que hay un superclásico su memoria vuelve a aquel momento donde fue tan feliz. Y no era Boca, ni River quién lo hacía feliz, sino aquel mágico momento de compartir el superclásico los tres. Hoy pensarlo en un asteroide festejando el clásico de Madrid y su eternidad le saca una mueca de felicidad a quien en otro momento se hubiese escondido en un punto remoto de la tierra.

Mañana seguro mirara el partido como todo el mundo futbolero. El triunfo de Boca pasará inadvertido. El triunfo de River lo hará mirar al cielo y decir “desde donde quieras que estés, puedo escuchar tu carcajada” y cerrará la noche con esa lagrima que solo aparece cuando se extraña algo…algo que se amo y mucho.

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