La historia comienza esquiva como cualquier película de amor. Esas comedias románticas donde los protagonistas están destinados a amarse para siempre pero pertenecen a clases sociales diferentes, como parados cada uno en su orilla con el río más ancho separándolos. Esta historia de amor e idilio comenzó de la misma forma, con nuestro protagonista en la vereda de enfrente a la que hoy lo encuentra encumbrado. Es más, algún pecado de juventud lo hizo desbocarse en alguna red social y era famoso por eso más que por lo hecho en una cancha de fútbol. Así, empezó la historia que nunca escatimó en enredos pero con final feliz.
Lejos allá en el tiempo llegó a Barrio Jardín una nochecita desde Ramallo y casi camuflado. Entreno en La Boutique y salió por la otra puerta mientras por la principal Mauricio Caranta saludaba a los hinchas presentes. Talleres volvía a la B Nacional, esta vez de la mano de Fassi con nombres rutilantes como el Cholo Guiñazu que tapaban al pibe de la otra vereda, uno que ocupaba un lugar en el banco de suplentes. Un comienzo irregular de Caranta y una lesión atrevida, lo puso bajo los tres palos una noche en el Kempes. Un puñado de minutos, una tonelada de murmullos y la titularidad en Jujuy, todo muy de repente para que Guido Herrera se pusiera bajo el arco más grande de Córdoba.
Días antes del partido en el norte argentino un colega riocuartense me decía “es un diamante bruto, es un animal” y aquella noche del debut lo dejó en claro. Presencia, actitud, reflejos, personalidad, atajador y con un juego con los pies, deslumbrante. Un triunfo sólido y una actuación destacada, lo empezaron a poner en consideración.
Primero, nadie extrañó a Caranta, segundo, el pasado se empezaba a borrar paulatinamente. Guido fue pilar fundamental para que la T vuelva a Primera. Pero no se quedó en eso y fue fundamental un millón de veces y el arco le empezó a pertenecer. Las campañas en primera, el roce internacional y una cinta de capitán, que le fue ciñendo el brazo y no lo soltó más Copa Libertadores, Sudamericana, convocatoria a la Selección y una experiencia en Europa, la cual no fue la imaginada.
Entonces llegó la hora de volver. Y desde que volvió, el arco y la cinta le pertenecen. Los goles al clásico rival se gritan con el alma, sin rencor pero con la pertenencia debida al club del cual se enamoró. Esta historia es de un amor puro y no por conveniencia. Es que a veces uno creer amar algo y es porque no conoce otra cosa. Cuando Herrera conoció Talleres, el flechazo fue inminente. No hubo tiempo de hablar del pasado, solo caminar juntos hacia la cima. Hoy nadie duda que Guido es matador. Y mucho menos se duda que el 1, es el guardián de los sueños matadores. Sueños que van más allá de los objetivos del club, sueños que desvelan al hincha, al pueblo, a la provincia .
A esta historia de amor le faltan capítulos para encontrar el final. Muchas cosas puede pasar todavía, mucha tinta hay aun para escribir páginas de gloria. Lo seguro es que, para Guido Herrera, el final no será donde partió. Guido es de Talleres ahora y para siempre, como la mejor historia de amor, jamás contada…