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A destiempo

Ser el Dibu Martinez

Historias

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Era uno de esos grupos de WhatsApp donde las personas se juntan a resistir el paso del tiempo. Grupos de la escuela primaria, secundaria, de la facultad, de los pibes del barrio, cualquier excusa es buena para volver el tiempo atrás. En esos grupos miras la foto de perfil por si te lo cruzas en la calle y no lo reconozcas. Mira si no saludas a la persona con la que todos los días cruzas un mensaje en el grupo. Claro, la vida te llevó por otros caminos y 35 años después, puede ser que ya no te lo cruces casi nunca, pero fue parte de tu historia y aunque sea virtualmente de tu actualidad.

Fue en un grupo de esos de la escuela primaria que una de las compañeras recordó a un pibe que volaba de mochila a mochila sobre las baldosas del patio de la escuela, al grito pelado de “Pumpido, Pumpido”. El pibe hoy no sólo peina canas, sino que la frente se apodera de su cabeza mientras una península resiste el avance de la marea. El hombre, lejos estuvo de ser arquero pero tuvo que rememorar que así empezó su historia con el fútbol. Pero ¿que pasó? ¿Porque pelarse las rodillas en el piso de cemento para después no ser arquero? ¿Que fue lo que lo llevo a alejarse del arco propio y refugiarse en el arco contrario?

Para la segunda mitad de 1986 los pibes de 8 años poco conocían de la vida de sus ídolos. Nobleza obliga, salvo que sea Maradona cuya vida siempre estuvo en el Prime Time, conocer al resto no era tarea fácil. De Nery Alberto Pumpido podías saber que atajaba en River, que era multicampeon con La Banda y que era el arquero que levantó la Copa del Mundo en el infierno caluroso del DF. Poco podías saber de cómo llegó a ese lugar, cuanto luchó y cuanto le costó. Hoy un niño de 8 años conoce hasta el número de calzado de sus ídolos. Es por eso, que en aquellos años solo se podía ser “Pumpido” en las buenas.

El Pibe nunca pudo convivir con el error, aún este no existiera. Nunca pudo soportar la frustración que solo él arquero vive cuando el equipo pierde. “El equipo jugó bien, pero perdió 1 a 0” dicen los analistas y el arquero, mirando el piso, siente posar todas las miradas sobre el. El equipo “jugó bien” y de pronto el “pero perdió ” lo excluye al arquero, lo expone, lo crucifica, aún si la única pelota que pateó el rival, se haya clavado en lo imposible del ángulo. Era tan pesado el costo de ser el 1 que lo fue abandonado de la manera más fácil que encontró: cuando la nueva etapa escolar lo depositó en la secundaria y los nuevos colegas le hicieron la pregunta de rigor “¿de que jugás?” La respuesta fue tajante “de 9”. Lejos, bien lejos del comienzo.

Por suerte para los pibes de hoy la cosa es distinta. Pueden acceder a la historia de sus ídolos desde el principio. Conocer sus comienzos, su camino, su esfuerzo, sus frustraciones y su lucha inclaudicable por lograr sus sueños. Y ahí está Emiliano Martinez, el Dibu, haciendo la atajada más importante de la historia del fútbol mundial, en el minuto 122 de 120 y manteniendo la ilusión de todo un pueblo, que sintió el corazón paralizado por unos segundos y volvió a la vida después, para celebrar a lo loco la tercera estrella.

Ahí está el Dibu parado bajo el arco “chamuyando” al rival que va patear el penal, como lo hacía en su barrio, como lo hacen todos en el barrio. Ahí está el Dibu atajando el fusilamiento, saltando y bailando, hasta con gestos de barrio. Cuando los miles de pibes que quieren ser el Dibu, busquen su historia en Internet, encontrarán el sacrificio, el esfuerzo, los goles tontos, las frustraciones, la eternidad de ser suplente, el derrotero por miles de equipos en busca de minutos que no llegaban, la templanza, la convicción, la paciencia y todo lo que lo llevó a esa cima del mundo. Quizás su historia sea igual o no a la de Nery, pero aquella no se sabía y hoy si se conoce, vaya si es importante.

El pibe ya no es pibe y no vuela de mochila a mochila, ni se pela las rodillas. Más bien, se sienta a recordar con una mueca aquellos años. Mira mil veces la ataja de su vida, la que no hizo nunca el, pero que siente como propia. Si en algún lugar de su alma aún está ese pibe de 8 años jugando a ser arquero seguro que juega a ser el Dibu y esta vez seguramente no se rendirá en su sueño.

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A destiempo

El Superclasico

albirrojos y auriazules

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El superclásico tenía una expectativa mayor tiempo atrás. Es que en el interior del país, tal como nos llaman en Capital Federal, se vivía el fenómeno llamado “doble camiseta” con mucha más fuerza que por estos años. Ahora los pibes y pilas defienden sus equipos locales por sobretodo y miran el superclásico de reojo. Claro que Córdoba sigue siendo un crisol de provincias y es por eso que el Boca-River, el River-Boca no pasa desapercibido.

Por aquellos años pasados, el adolescente tenía las mechas largas y una camiseta de Boca vieja y pasada de moda. No eran tiempos donde el marketing cambia los diseños todos los días, pero esta era vieja para esa época. Del otro lado estaba un hincha de River mayor y canoso, que no sabía de camisetas y esos rituales. A ellos los unía un nexo que para los dos era lo más importante de sus vidas. El nexo era hijo y amigo, de esos que son hermanos. Es por eso que compartían tantas cosas los tres pero la pica era entre el bostero y el gallina.

El Millonario era el encargado de subir la prole al auto y enfilar para el centro buscando un bar para ver los superclásicos. En esas épocas tener el codificado era realmente de millonarios y no me refiero a los de Nuñez. El viaje de ida era pura juerga, alegría y chicanas. Apuestas que nunca se pagaban, promesas que nunca se cumplían. Cada vez que el clásico lo ganaba Boca no había risas ni gastadas, el Xeneize prefería festejar por dentro y no ganarse un viaje a casa, a pata. Pero el clásico en cuestión, era allá por el 97 y si bien fue difícil encontrar lugar, un rinconcito acobijo a los tres.

El hincha de River estaba en extasis. El gol de Berti lo volvió loco de felicidad y exaltación. No paraba de comentar cada jugada y de expresar el famoso “uhhhhh” cada vez que River se codeaba con el gol. También, como pasa siempre, el hincha ganador necesita depositar en un jugador rival, toda la rivalidad que se pueda imaginar. El elegido en este caso, era un tal Diego Armando Maradona que quemaba su último cartucho, sin que nadie lo imaginara. Diego no salió a jugar la segunda mitad y nuestro hincha derrochaba burlas, gestos e improperios. Para él, Maradona había arrugado y Boca estaba perdido…pero….el que ingreso por el Pelusa fue un tal Juan Román Riquelme. El pibito manejo los hilos del clásico y entre Toresani y Palermo dieron vuelta el resultado en el Monumental. El viaje de regreso fue en silencio, sólo se escuchaba de vez en cuando “no lo traigo mas”, mientras la risa xeneize solo se escuchaba en un universo paralelo.

El superclásico siempre los unió. Algunas veces no lo veían juntos y en esos partidos, ganaba River. Nuestro hincha nunca se agarró de esa cábala y lo seguía buscando a riesgo de derrota.

Con los años el superclásico no pesa igual, porque en Córdoba los hinchas elijen a sus clubes. Con los años el superclásico dejó de ser importante para uno de ellos. Es que la vida caprichosa se llevó al riverplatense a otro plano. Entonces ya no había reunión en un bar, chicanas en el viaje, ni silencios de regreso. El superclásico dejó de ser importante para el xeneize hasta el punto de dejar de lado esos colores.

Cada vez que hay un superclásico su memoria vuelve a aquel momento donde fue tan feliz. Y no era Boca, ni River quién lo hacía feliz, sino aquel mágico momento de compartir el superclásico los tres. Hoy pensarlo en un asteroide festejando el clásico de Madrid y su eternidad le saca una mueca de felicidad a quien en otro momento se hubiese escondido en un punto remoto de la tierra.

Mañana seguro mirara el partido como todo el mundo futbolero. El triunfo de Boca pasará inadvertido. El triunfo de River lo hará mirar al cielo y decir “desde donde quieras que estés, puedo escuchar tu carcajada” y cerrará la noche con esa lagrima que solo aparece cuando se extraña algo…algo que se amo y mucho.

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A destiempo

Adiós a Dios

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Cuenta la leyenda, esas de las que el fútbol está lleno, que el el hombre se acercó a un dirigente y le dijo: “dígale a ese hombre que es el Dios del fútbol, nos ha deslumbrado como Pele, dígale que es el Dios del Fútbol ” el hombre, ese endiosado, estaba parado un poco más allá con su melena negra azabache y su pecho inflado, vestido de civil. Hace un par de días que anda de gira por el continente africano y no había dejado cancha sin regar con su fútbol. Siempre de cabeza levantada, con el mentón a la altura de los que les sobra clase. El pecho siempre inflado para romper las líneas del rival y para que le salga el corazón albiazul desde dentro, como si fuera a romper la camiseta. Los ojos chiquitos como quien mira como si fuera a atacar sigiloso y veloz, igual que el atacaba el arco rival sin dudarlo y haciendo siempre daño. Un tipo que era la estirpe del buen juego y dejaba rivales en el camino, dejando la estela de su melena negra. Ese era Luis Antonio Ludueña. Para los africanos, era el Dios del fútbol y para Talleres, era un ídolo.

Fue Siempre letal contra el clásico rival que jamás pasaría desapercibido en un clásico. Como tampoco pasaría desapercibido su flequillo recto como cortado de un hachazo. Claro, Ludueña para Talleres era el Hacha, pero ojo no se quiera equivocar y pensar en un recio volante central. No, para nada, el Hacha era puro fútbol, pelota en estado puro. Talento, jerarquía, potrero, calidad, elegancia, simplemente fútbol. Para muchos que no faltaban a las gradas de las canchas del país, era le mezcla perfecta, la definición exacta, de lo que debía ser un jugador de Talleres. El terror de Belgrano en las finales, el jugador que todos pedían para la titularidad en la Selección Argentina de 1978, aunque una lesión callejera lo alejaría de toda chance.

Para Talleres,, también era Dios. Como lo era para esos dos hermanos que en Agosto del 94 festejaban desaforados el ascenso ante Instituto. Salieron del viejo Chateau Carreras y enfilaron para la Núñez buscando la parada del bondi. Mientras caminaban y cantaban enarbolados en sus colores azul y blanco, de repente divisaron un gigante al lado de un kiosco. En ese espacio amplio, la imagen de un morocho abrazado y emocionado con un grupo de gente les llamó la atención. El mayor de ellos miró al pibito y con la emoción a flor de piel le dijo “ese es el Hacha Ludueña, es un ídolo, es Dios, vamos a saludarlo” y se acercaron hasta el lugar, embelesados con estar frente al ídolo. Y ahí estaba el Hacha, como uno más de los miles que festejaban el ascenso, sin vedettismo, sin altivez, sin soberbia, solo uno más del montón entre vinos y fernet. Al nunca le hizo falta ser distinto a sus orígenes fuera de la cancha, el era distinto adentro.

Hoy el Hacha se fue para una de las 16 estrellas que conquistó con Talleres, a gritar sus 115 goles y jugar mas de sus 340 partidos. Hoy el Hacha no esta como aquella noche, donde los hermanos se llevaron el saludo del ídolo y la enseñanza de que nada debe cambiar tu esencia. Ni siquiera que para muchos…seas DIOS.

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A destiempo

La endiablada jugada de Chuky

Historias

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Era un miércoles como cualquier otro. Los jugadores movían sus piernas pre calentando, mientras esperaban que se definieran los equipos. Jorge es el encargado de la noble tarea de armar por azar los equipos. Su método consiste en llenarse los bolsillos de chapitas de cerveza verdes y rojas e invita a cada player a sacar una que define de que lado de la cancha te paras. No son pocas las quejas para con este método, tiene más acusaciones de fraude que los sorteos de AFA o los bollilleros con “bolas frías” que se acusan por ahí. Ese miércoles como cualquiera, él sacó chapita verde y su víctima sacó chapita roja.

El partido mostraba una superioridad del equipo verde, que iba ampliándose en el marcador, con el pasar de los minutos. Por obra y gracia de la casualidad el equipo verde usó las pecheras flúor que solo hacían brillar más las chuecas del zurdo que merodeaba el área y convertía más de un gol. Como será de importante lo que iba a suceder que a nadie le importaba cuántos goles hizo, ni cuántos goles erró. Bueno, cuantos erró si, porque Javier le contaba a nuestro protagonista los goles que erraba bajo el arco mientras el arquero estaba paspando moscas, allá lejos en el primer palo. Pero nada de eso le importaba a nuestro protagonista. Chuky, de él se trata, tenía guardado el momento exacto, donde el fútbol te da tu momento y que te lleva a la inmortalidad.

Entonces fue en algún minuto que nadie sabe cual fue, la pelota lo buscó a él y él la espero mansamente. Cuando ésta se posó sobre su zurda, su rival fue como una tromba sobre Chuky y éste soltó la bola con una brisa infernal por un lado, fue él por el otro lado a buscarla y ella volvió a posarse sobre su pie maligno. El marcador quedó con sus pies clavados en el piso como un trompo, mientras los ojos le giraban desorbitados y su mente intentaba entender que pasó, cosa que no lograría ni con las terapias del viejo Freud. Nadie recuerda como terminó la jugada. Si fue un pase, una asistencia, un remate o un gol. Tan endiablada fue la jugada de Chuky que ni siquiera hay registro fílmico en las grabaciones del Complejo Valparaíso.

Nadie volvió a verla, pero la vieron todos. Es que todo el mundo decía haber jugado ese partido. Si fuesen verdad todas las historias, jugaron aquella tarde dos equipos de 50 jugadores. Tantos dicen haber sido testigos de la endiablada jugada desde afuera que la canchita de los miércoles, debió haber sido el Maracaná. Tanto se habló de esa jugada que la leyenda cuenta que un agente de la policía caminera, paro una Sandero y mientras labraba la multa preguntó “nombre y apellido” y desde adentro se escuchó “Claudio Medina….Chuky”. El agente perplejo como si hubiese visto a Dios, con la mano izquierda dio paso mientras con la derecha hacia un bollito de papel aquella osadía desobediente de hacerle una multa a él

Desde aquel miércoles cualquiera, los chicos en la escuela o en la plaza, intentan hacer “la endiablada” y los viejos sentados en los bancos o paseando sus perros les indican como fue para que lo hagan correctamente. Es que todos pero todos estuvieron ahí y la vieron nacer. Es más, bebo mi último sorbo de café y cuando el mozo ojea lo que escribo en este bar, tuerce la boca y con risa burlona esboza “Ja, mire si usted va ser testigo de la endiablada” y la verdad, prefiero que crea que es una fantasía. Es que un arquero no es digno de haber compartido cancha cuando Chuky tiró la primera endiablada….

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