Connect with us

A destiempo

El más importante

Una historia de amor

Publicado

//

El sol del mediodía pegaba a la orilla del río. Con los pibes del barrio, los compas del colegio y los amigos de la vida, estábamos dispuestos a calentar los fierros. Lo bueno del ritual es que se pueden mezclar ideologías, etapas de la vida, clases sociales, todo puede ser homogéneo, claro si compartís el amor por los colores.

El fútbol, tiene esas ventajas por encima de muchos otros deportes. Las brasas asaban la carne y las bebidas típicas de mi ciudad, empezaban a beberse como agua para tanto calor, para tanta sed. De fondo, el imponente Mario Alberto Kempes, copaba la geografía, tan típica como las sierras. La comida era ya una realidad y aún faltaban un puñado de horas para que juegue el amor de nuestras vidas. En el coliseo mayor del fútbol de Córdoba, jugaría Talleres un partido más, de los tantos importantes que ha jugado a lo largo de su historia. Entonces, al Rulo se le ocurrió tirar sobre la improvisada mesa, un tema de debate cual periodista que no es “cuál fue el partido más importante de la historia” y desató las opiniones.

Para la Quirca no había dudas y fue tajante “El partido más importante fue contra Colón ¡nos puso en Cuartos de final de una Libertadores muchachos!” mientras contaba como fue el ingreso al estadio Sabalero y que gritó más el gol de Girotti que el de Martino.

No alcanzó a terminar y el Turco le fue al cruce “No pa, el más importante fue en el Morumbí”. Aquella noche Talleres, empataba con el mítico San Pablo y dejaba fuera de la fase previa de Copa Libertadores, al gigante brasileño que tenía varias Copas de esas en sus vitrinas.

Cartucho pasó un pedazo de carne que tenía atragantado con un buen sorbo de vino y explotó “¡La final del 98 hermanoooooo! Refiriéndose a aquella memorable tarde de invierno donde el Lute Oste pasó a la inmortalidad y la T le dio la vuelta en la cara a Belgrano.

El viejo Cacho, fiel compañero de su hijo Nano, habló de una final ganada en Alberdi con un gol de El Daniel y su hijo sostuvo que fue la noche que Julián Maidana levitó para sentenciar de cabeza, la obtención del título internacional que le da chapa al club. Mientras algún hijo adolescente elegía el zapatazo del Cholo Guiñazu en Floresta, me tumbé sobre la reposera y por un momento cerré los ojos.

Y fue al abrirlos, que giré mi cabeza y mirando hacia el estadio, lo vi a él. Tan pequeño, sentado ante tanta inmensidad. Era minúsculo ante el gigante y a pesar de ello, se lo divisaba vestido de azul y blanco con su piluso para el sol. Seguramente la mamá lo bañó y le preparó la papilla y fue papá quien llegó con la camiseta y el sombrero de ocasión. Lo vistió de gala y lo acompañó a paso lento hasta la chata. Lo sentó al lado esquivando todas las medidas de seguridad. Estacionó en el playón y lo subió a sus hombros, a cococho, y caminaron juntos hasta el estadio.

No había títulos, vueltas olímpicas o gigantes arrodillados ante Talleres, solo era la entrega del legado. Comenzaba una historia de amor que no acaba nunca. Una historia de amor que es más fuerte que la propia vida, porque cuando llega la muerte, se alienta desde el cielo o desde el infierno. Entonces fue ahí, que supe cuál es el partido más importante de la historia.

El partido más importante de la historia, es el primero de cada hincha. Porque ahí el lazo se hace irrompible. Pueden pasar mil cosas después, de las buenas y de las malas. Puede hasta no estar más ese que te llevó en los hombros, pero el recuerdo será el de aquella primera vez y lo anhelas tanto, que te pasas ejercitando los hombros para cuando te toque cargar sobre ellos, la primera vez de otro matador. Lo será para todos los hinchas, de todos los colores, pero esta puede ser la historia del pequeño Genaro y de toda una banda que, a orillas del río, encontró cual fue el partido mas importante.

Click to comment

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

A destiempo

El Superclasico

albirrojos y auriazules

Publicado

//

El superclásico tenía una expectativa mayor tiempo atrás. Es que en el interior del país, tal como nos llaman en Capital Federal, se vivía el fenómeno llamado “doble camiseta” con mucha más fuerza que por estos años. Ahora los pibes y pilas defienden sus equipos locales por sobretodo y miran el superclásico de reojo. Claro que Córdoba sigue siendo un crisol de provincias y es por eso que el Boca-River, el River-Boca no pasa desapercibido.

Por aquellos años pasados, el adolescente tenía las mechas largas y una camiseta de Boca vieja y pasada de moda. No eran tiempos donde el marketing cambia los diseños todos los días, pero esta era vieja para esa época. Del otro lado estaba un hincha de River mayor y canoso, que no sabía de camisetas y esos rituales. A ellos los unía un nexo que para los dos era lo más importante de sus vidas. El nexo era hijo y amigo, de esos que son hermanos. Es por eso que compartían tantas cosas los tres pero la pica era entre el bostero y el gallina.

El Millonario era el encargado de subir la prole al auto y enfilar para el centro buscando un bar para ver los superclásicos. En esas épocas tener el codificado era realmente de millonarios y no me refiero a los de Nuñez. El viaje de ida era pura juerga, alegría y chicanas. Apuestas que nunca se pagaban, promesas que nunca se cumplían. Cada vez que el clásico lo ganaba Boca no había risas ni gastadas, el Xeneize prefería festejar por dentro y no ganarse un viaje a casa, a pata. Pero el clásico en cuestión, era allá por el 97 y si bien fue difícil encontrar lugar, un rinconcito acobijo a los tres.

El hincha de River estaba en extasis. El gol de Berti lo volvió loco de felicidad y exaltación. No paraba de comentar cada jugada y de expresar el famoso “uhhhhh” cada vez que River se codeaba con el gol. También, como pasa siempre, el hincha ganador necesita depositar en un jugador rival, toda la rivalidad que se pueda imaginar. El elegido en este caso, era un tal Diego Armando Maradona que quemaba su último cartucho, sin que nadie lo imaginara. Diego no salió a jugar la segunda mitad y nuestro hincha derrochaba burlas, gestos e improperios. Para él, Maradona había arrugado y Boca estaba perdido…pero….el que ingreso por el Pelusa fue un tal Juan Román Riquelme. El pibito manejo los hilos del clásico y entre Toresani y Palermo dieron vuelta el resultado en el Monumental. El viaje de regreso fue en silencio, sólo se escuchaba de vez en cuando “no lo traigo mas”, mientras la risa xeneize solo se escuchaba en un universo paralelo.

El superclásico siempre los unió. Algunas veces no lo veían juntos y en esos partidos, ganaba River. Nuestro hincha nunca se agarró de esa cábala y lo seguía buscando a riesgo de derrota.

Con los años el superclásico no pesa igual, porque en Córdoba los hinchas elijen a sus clubes. Con los años el superclásico dejó de ser importante para uno de ellos. Es que la vida caprichosa se llevó al riverplatense a otro plano. Entonces ya no había reunión en un bar, chicanas en el viaje, ni silencios de regreso. El superclásico dejó de ser importante para el xeneize hasta el punto de dejar de lado esos colores.

Cada vez que hay un superclásico su memoria vuelve a aquel momento donde fue tan feliz. Y no era Boca, ni River quién lo hacía feliz, sino aquel mágico momento de compartir el superclásico los tres. Hoy pensarlo en un asteroide festejando el clásico de Madrid y su eternidad le saca una mueca de felicidad a quien en otro momento se hubiese escondido en un punto remoto de la tierra.

Mañana seguro mirara el partido como todo el mundo futbolero. El triunfo de Boca pasará inadvertido. El triunfo de River lo hará mirar al cielo y decir “desde donde quieras que estés, puedo escuchar tu carcajada” y cerrará la noche con esa lagrima que solo aparece cuando se extraña algo…algo que se amo y mucho.

Continue Reading

A destiempo

Adiós a Dios

Publicado

//

Cuenta la leyenda, esas de las que el fútbol está lleno, que el el hombre se acercó a un dirigente y le dijo: “dígale a ese hombre que es el Dios del fútbol, nos ha deslumbrado como Pele, dígale que es el Dios del Fútbol ” el hombre, ese endiosado, estaba parado un poco más allá con su melena negra azabache y su pecho inflado, vestido de civil. Hace un par de días que anda de gira por el continente africano y no había dejado cancha sin regar con su fútbol. Siempre de cabeza levantada, con el mentón a la altura de los que les sobra clase. El pecho siempre inflado para romper las líneas del rival y para que le salga el corazón albiazul desde dentro, como si fuera a romper la camiseta. Los ojos chiquitos como quien mira como si fuera a atacar sigiloso y veloz, igual que el atacaba el arco rival sin dudarlo y haciendo siempre daño. Un tipo que era la estirpe del buen juego y dejaba rivales en el camino, dejando la estela de su melena negra. Ese era Luis Antonio Ludueña. Para los africanos, era el Dios del fútbol y para Talleres, era un ídolo.

Fue Siempre letal contra el clásico rival que jamás pasaría desapercibido en un clásico. Como tampoco pasaría desapercibido su flequillo recto como cortado de un hachazo. Claro, Ludueña para Talleres era el Hacha, pero ojo no se quiera equivocar y pensar en un recio volante central. No, para nada, el Hacha era puro fútbol, pelota en estado puro. Talento, jerarquía, potrero, calidad, elegancia, simplemente fútbol. Para muchos que no faltaban a las gradas de las canchas del país, era le mezcla perfecta, la definición exacta, de lo que debía ser un jugador de Talleres. El terror de Belgrano en las finales, el jugador que todos pedían para la titularidad en la Selección Argentina de 1978, aunque una lesión callejera lo alejaría de toda chance.

Para Talleres,, también era Dios. Como lo era para esos dos hermanos que en Agosto del 94 festejaban desaforados el ascenso ante Instituto. Salieron del viejo Chateau Carreras y enfilaron para la Núñez buscando la parada del bondi. Mientras caminaban y cantaban enarbolados en sus colores azul y blanco, de repente divisaron un gigante al lado de un kiosco. En ese espacio amplio, la imagen de un morocho abrazado y emocionado con un grupo de gente les llamó la atención. El mayor de ellos miró al pibito y con la emoción a flor de piel le dijo “ese es el Hacha Ludueña, es un ídolo, es Dios, vamos a saludarlo” y se acercaron hasta el lugar, embelesados con estar frente al ídolo. Y ahí estaba el Hacha, como uno más de los miles que festejaban el ascenso, sin vedettismo, sin altivez, sin soberbia, solo uno más del montón entre vinos y fernet. Al nunca le hizo falta ser distinto a sus orígenes fuera de la cancha, el era distinto adentro.

Hoy el Hacha se fue para una de las 16 estrellas que conquistó con Talleres, a gritar sus 115 goles y jugar mas de sus 340 partidos. Hoy el Hacha no esta como aquella noche, donde los hermanos se llevaron el saludo del ídolo y la enseñanza de que nada debe cambiar tu esencia. Ni siquiera que para muchos…seas DIOS.

Continue Reading

A destiempo

Ser el Dibu Martinez

Historias

Publicado

//

Era uno de esos grupos de WhatsApp donde las personas se juntan a resistir el paso del tiempo. Grupos de la escuela primaria, secundaria, de la facultad, de los pibes del barrio, cualquier excusa es buena para volver el tiempo atrás. En esos grupos miras la foto de perfil por si te lo cruzas en la calle y no lo reconozcas. Mira si no saludas a la persona con la que todos los días cruzas un mensaje en el grupo. Claro, la vida te llevó por otros caminos y 35 años después, puede ser que ya no te lo cruces casi nunca, pero fue parte de tu historia y aunque sea virtualmente de tu actualidad.

Fue en un grupo de esos de la escuela primaria que una de las compañeras recordó a un pibe que volaba de mochila a mochila sobre las baldosas del patio de la escuela, al grito pelado de “Pumpido, Pumpido”. El pibe hoy no sólo peina canas, sino que la frente se apodera de su cabeza mientras una península resiste el avance de la marea. El hombre, lejos estuvo de ser arquero pero tuvo que rememorar que así empezó su historia con el fútbol. Pero ¿que pasó? ¿Porque pelarse las rodillas en el piso de cemento para después no ser arquero? ¿Que fue lo que lo llevo a alejarse del arco propio y refugiarse en el arco contrario?

Para la segunda mitad de 1986 los pibes de 8 años poco conocían de la vida de sus ídolos. Nobleza obliga, salvo que sea Maradona cuya vida siempre estuvo en el Prime Time, conocer al resto no era tarea fácil. De Nery Alberto Pumpido podías saber que atajaba en River, que era multicampeon con La Banda y que era el arquero que levantó la Copa del Mundo en el infierno caluroso del DF. Poco podías saber de cómo llegó a ese lugar, cuanto luchó y cuanto le costó. Hoy un niño de 8 años conoce hasta el número de calzado de sus ídolos. Es por eso, que en aquellos años solo se podía ser “Pumpido” en las buenas.

El Pibe nunca pudo convivir con el error, aún este no existiera. Nunca pudo soportar la frustración que solo él arquero vive cuando el equipo pierde. “El equipo jugó bien, pero perdió 1 a 0” dicen los analistas y el arquero, mirando el piso, siente posar todas las miradas sobre el. El equipo “jugó bien” y de pronto el “pero perdió ” lo excluye al arquero, lo expone, lo crucifica, aún si la única pelota que pateó el rival, se haya clavado en lo imposible del ángulo. Era tan pesado el costo de ser el 1 que lo fue abandonado de la manera más fácil que encontró: cuando la nueva etapa escolar lo depositó en la secundaria y los nuevos colegas le hicieron la pregunta de rigor “¿de que jugás?” La respuesta fue tajante “de 9”. Lejos, bien lejos del comienzo.

Por suerte para los pibes de hoy la cosa es distinta. Pueden acceder a la historia de sus ídolos desde el principio. Conocer sus comienzos, su camino, su esfuerzo, sus frustraciones y su lucha inclaudicable por lograr sus sueños. Y ahí está Emiliano Martinez, el Dibu, haciendo la atajada más importante de la historia del fútbol mundial, en el minuto 122 de 120 y manteniendo la ilusión de todo un pueblo, que sintió el corazón paralizado por unos segundos y volvió a la vida después, para celebrar a lo loco la tercera estrella.

Ahí está el Dibu parado bajo el arco “chamuyando” al rival que va patear el penal, como lo hacía en su barrio, como lo hacen todos en el barrio. Ahí está el Dibu atajando el fusilamiento, saltando y bailando, hasta con gestos de barrio. Cuando los miles de pibes que quieren ser el Dibu, busquen su historia en Internet, encontrarán el sacrificio, el esfuerzo, los goles tontos, las frustraciones, la eternidad de ser suplente, el derrotero por miles de equipos en busca de minutos que no llegaban, la templanza, la convicción, la paciencia y todo lo que lo llevó a esa cima del mundo. Quizás su historia sea igual o no a la de Nery, pero aquella no se sabía y hoy si se conoce, vaya si es importante.

El pibe ya no es pibe y no vuela de mochila a mochila, ni se pela las rodillas. Más bien, se sienta a recordar con una mueca aquellos años. Mira mil veces la ataja de su vida, la que no hizo nunca el, pero que siente como propia. Si en algún lugar de su alma aún está ese pibe de 8 años jugando a ser arquero seguro que juega a ser el Dibu y esta vez seguramente no se rendirá en su sueño.

Continue Reading

Tendencias