“El Negro” hubiera celebrado sus 80 años este 13 de abril. Un personaje de novela que pasó a ser leyenda del fútbol argentino.

Calculo que nos hubiéramos visto en algún festejo, porque tu familia siempre dejaba el alma en la cancha por su DT. Igual que todos los equipos que te pusiste al hombro. Tus 80 pirulos estaban a la vuelta de la esquina, ahí nomás, pero una semana antes nos hiciste la última gambeta. La primera nos contaste que fue allá lejos y hace tiempo, en la canchita de la Sociedad de Fomento Lomas Sur, a la vuelta de la casa de Amelia y Pedro, la dupla técnica que te mando a jugar a la cancha grande de la vida.

Fue una de las tantas anécdotas de una historia que recorrió casi ocho décadas entre aquella Lomas de Zamora y esta Villa Carlos Paz que te adoptó y te distinguió como Ciudadano Ilustre. Tuve la suerte de poder contarlas, por esa ocurrencia tuya de reflejar tanta experiencia, tanta pasión y tanto fútbol en un libro. Recuerdo con mucho cariño esos tres meses excepcionales de charlas que daba gusto desgrabar (tarea odiosa, si las hay) y transcribir, y de datos y fechas precisos que casi ni hacía falta chequear. Una experiencia que me permitió conocer más de cerca al futbolista y al entrenador, y descubrir a la persona que estaba más allá del personaje.

“¿Cómo andás, Hugo?”, escuchaba cada tanto el saludo de tu voz inconfundible cuando atendía el celular. La segunda frase seguro que era una ocurrencia de esas tan tuyas. Nos quedó pendiente la tertulia que íbamos a compartir a fines del año pasado, cuando la variante ‘nosecuanto’ nos escupió el asado. Ahí nos íbamos a juntar con el Gustavo Gutiérrez, para rearmar ese “mediocampo biográfico” de los tiempos de cortados, criollitos y sacramentos en la mesa de siempre del lugar de siempre, si es que no lo mandaban a comentar algún partido al Kempes o la Cochinchina.

El cumpleaños “redondito”, este 13 de abril, era la excusa perfecta para que nos pusiéramos al día. Capaz que hasta pasábamos de largo y, ya que estábamos, celebrábamos 48 horas más tarde el 60° aniversario de tu debut con la camiseta de Racing. A ver si recuerdo bien: 2-1 en el Monumental, vos jugando de “8” en lugar de Pizutti y una convocatoria de último momento literalmente de película, con los directivos buscándote en un cine donde habías ido con tu novia para decirte “pibe, vas a jugar mañana”.

Dejame imaginar el Dream Team que ahora estás dirigiendo: Roberto Perfumo, tu amigo; Federico Sacchi, tu ídolo; “el Polaco” Goyeneche, que una tarde te pidió de rodillas que no te fueras de Platense; el General Perón, al que le diste la mano en la Casa Rosada en el ’74; “el Negro” Fontanarrosa, compañero de los picados en tus tiempos de Rosario Central; Osvaldo Ardizzone, que en el Mundial de Alemania te consultaba sobre la calificación que le ponía a los jugadores argentinos en “El Gráfico”… Y el pibito ese al que quisiste comprarle el pase cuando lo viste jugar de “Cebollita” en los hoteles de Embalse: ¡¡¡El Diego!!!

Días atrás le escuché decir al profe Néstor Pedernera, tu ladero de muchos años, que siempre te vamos a recordar con una sonrisa. No tengas dudas de que será así. Gracias por haberme concedido el honor de poder ser uno de los que contara tu historia, y gracias por el mejor halago profesional que pudimos haber recibido con el Gustavo, cuando te mostramos el libro listo para enviar a imprenta, lo leíste, lo señalaste y nos dijiste “Éste soy yo”.

No me queda mucho más para decir. O sí. Aunque ya lo escuchaste la última vez que hablamos, porque de vos aprendí que a “esas cosas” hay que decirlas en vida. La ocasión bien vale la pena: “Te quiero mucho, Pedro”.