Hace un año nos bajaron de la pelota, yo me había subido hace cuarenta, cuando el maestro me dijo una tarde de domingo: “Súbase a la pelota”. No lo dudé, me hice luna con ella y con mis sueños de goles y amores. Fue un sueño de barrilete, partido a partido. Fui “escaleras arriba” a los altos andamios de la emoción. En el cemento gris de las tribunas me pinté ataviado a mis colores, siempre acompañado de tu voz inconfundible. No había domingo si no estaba tu estridencia, tus metáforas, tus evocaciones, tu ritmo y tu tonada.
Tu tonada
Tu tonada. Esa tonada que no traicionaste cuando los maestros de la locución “corregían” los maravillosos regionalismos. Eras cordobés, bien cordobés y no te traicionabas. Te encantaba prolongar las vocales, aunque tu cordobés erá crítico. Un cordobés riocuartense y contestatario. Te peleaste con la metrópoli provincial asegurando que Córdoba capital era más unitaria con el interior provincial, que los porteños con los de tierra adentro. Te reconocías del interior del interior, y yo me sentía de tu equipo. Tanto me sentí de tu equipo, que me emociono y enorgullezco de haber pertenecido.
Maestro de Río Cuarto, te bautizó el Maestro. Víctor Hugo y el Gordo Muñoz te admiraron. Jugaste de taco, tirando paredes con los próceres hasta esculpir el bronce que hoy merece tu recuerdo.
Te llevo en mis oídos, como la más maravillosa música del fútbol. Mi niño que ama al fútbol como toda tu vida lo amaste, nunca crece y te sigue imitando. Mi niño que sigue amando a Río Cuarto como toda tu vida lo amaste, te sigue admirando por querer ser desde acá.
Aunque me vaya y vuele otra vez, subido a tu pelota intentaré aunque jamás lo logre, tomar tu voz y llevarla como bandera a la victoria.