Al final de un año futbolístico complicado, a Talleres se le alinearon los planetas para buscar una pronta revancha en la Copa Argentina y lograr el título nacional más importante de su historia. La inesperada derrota ante los entrerrianos lo dejó con las manos vacías y sin los dólares, la vidriera y las expectativas que genera una participación internacional. La confirmación de Gandolfi como DT y el reencuentro con Belgrano, las certezas de 2023.

La caravana de hinchas albiazules no pasó inadvertida en las rutas, pero el ingreso al Parque San Martín de Mendoza nos hizo caer la ficha a todos. “Es hoy”, repetían los hinchas de Talleres, que el sábado por la tarde empezaron a copar esa especie de Parque Sarmiento gigantesco con vista a la Cordillera de los Andes, y que el domingo ya se había convertido en un parking a cielo abierto, donde predominaban los colores azul y blanco.

No faltaban las banderas de siempre y otras hasta ahora desconocidas (“Chino Esquivel, tu familia presente”), los asados, los choris, los fernés, la música de cuarteto y hasta alguna carpa iglú donde la noche anterior habían reposado sueños de campeón. Ni siquiera el viento helado del sur que empezó a soplar de madrugada alteró los humores de los más ansiosos
parciales cordobeses. Para ellos, el cambio de tiempo era todo un presagio.

Si bien al equipo de Hoyos-Caixinha-Gandolfi no le había sobrado demasiado a lo largo del año, sobre todos en los torneos de Primera División, enfrente no estaban el Independiente de Bochini y de Larrosa, Galván y Pagnanini, tres de los jugadores que serían campeones del mundo justo cinco meses después de aquel lejano y fatídico 25 de enero de 1978.

Tampoco Boca Juniors, un equipo que muchas veces suple su falta de
fútbol con el poder de su billetera, los latidos que provoca su numerosa
parcialidad o algún pitazo sacado de la galera por un comedido referí, y que
lo había amargado en los penales el 8 de diciembre de 2021.

Más allá de haberse sacado de encima a River y Boca en su camino hacia el juego definitorio de la Copa Argentina, Patronato asomaba como el escollo más accesible de la trilogía de finales nacionales que forman parte de la historia de la “T”. Acababa de irse al descenso, a pesar de haber quedado 14 puntos arriba de los peores elencos del año, los que hubieran perdido la categoría en cualquier competencia seria que se precie de tal. Con respecto a la discreta campaña albiazul, ‘el Patrón’ -con algunos de los descartes del último mercado de pases de Andrés Fassi entre sus integrantes- no había establecido demasiadas diferencias. Apenas cuatro puntos arriba, por dos triunfos más (14 contra 12) y dos empates menos (8 contra 10), ya que ambos completaron el combo Copa de la Liga + Liga Profesional con la misma cantidad de derrotas: 19. La cifra equivale a todo un torneo corto de los tiempos en que el calendario se dividía en Apertura y Clausura. Mucho.

No la vieron

En su periplo desde el hotel del centro mendocino hasta el Estadio Malvinas Argentinas, el colectivo de los jugadores de Talleres recorrió ese paisaje de arboledas y montañas donde aparcaban las ilusiones de los hinchas cordobeses. A juego y resultado vistos, pareciera que las cortinas del micro iban cerradas o que las postales que reflejaban semejante aguante no alcanzaron para conmover a sus pasajeros. Era un partido de fútbol y se podía ganar, empatar o perder, eso está claro. Pero hay formas y formas.

Más allá de esa embestida inicial donde los pies fueron muchos más veloces que las ideas (¡había que verle la cara al ‘Colorado’ Sava cuando le entraban por todos lados a su equipo!), Talleres nunca le encontraría la vuelta al partido. Primero no resolvió bien sus ataques, después empezó a perder el mediocampo, luego intentó sumar juego para contrarrestar el sistemático recurso de la falta táctica de su rival y, posterior a la carambola que lo dejó en desventaja, quedó reducido a un manojo de nervios.

El desdibujado intento del final fue acompañado prácticamente en silencio por los casi 35 mil hinchas que en la previa al juego habían opacado toda esa parafernalia de música, baile, luces, pirotecnia y tributos con la que Copa Argentina quiso copar la escena. Fue la muestra más elocuente de la impotencia. ¿La gente frenó al equipo o el equipo frenó a la gente? Tal vez unos y otros hayan entendido que Patronato no iba a desaprovechar el hecho de haberse encontrado, casi de casualidad, con el gol de Banega.

Más allá de tener un técnico con buena prensa y etiqueta de “ofensivo”, el elenco paranaense estuvo lejos de ser un dechado de virtudes, y su paso por Mendoza no fue la excepción. Su mérito fue jugar el partido que podía con lo poco que tiene a mano: mantener a la “T” lo más lejos posible de su arco, “morder” en toda la cancha, buscar esos pelotazos largos y cruzados que tanto le molestan a la defensa de Talleres y ver hasta qué punto el árbitro Rapallini flexibilizaba los alcances del reglamento para “muñequear” los cambios según esa variable. Fue notorio el contraste entre el lirismo discursivo y el prosaico pragmatismo de Sava, uno de los que estaba en el radar de Fassi para un eventual reemplazo de Javier Gandolfi.

Jugada rápida

“Interino”. La palabra no sonó casual en el comunicado que Talleres envió a la prensa en la noche del lunes, dando cuenta de la reunión entre Fassi y Gandolfi para evaluar los últimos meses del equipo bajo el mando del entrenador que iba en camino de convertirse en ayudante de campo en River Plate. El futuro de “Cobija” al lado de su amigo Martín Demichelis parecía estar decidido desde antes de la final que se jugó en Mendoza, aunque el “interino” contaba con que el título de la Copa Argentina le daría aire para volver cuando quisiera a barrio Jardín. Con la derrota consumada, Córdoba-Núñez empezó a parecerse más a un viaje de ida. Como de costumbre, y a contramano de todos los pronósticos, Fassi salió un conejo de la galera apenas algunas horas después. En la siesta del martes ya estaba en las redes el flyer con el anuncio del DT para 2023: Javier Gandolfi.

Sin torneo internacional a la vista, el reencuentro con Belgrano en la elite de la AFA, con las inevitables comparaciones del caso, pasará a ser la motivación principal del Albiazul. La falta de los casi dos millones de dólares que aseguraba jugar la fase de grupos de la próxima Libertadores, y el éxodo de muchos de los 51 mil socios durante los próximos tres meses de receso, seguramente se harán sentir. Más que nunca, habrá que acertar con algunas cuestiones básicas que no se hicieron bien en esta temporada.

Ya se eligió en tiempo y forma un DT y al toque comenzó la reorganización del plantel, quiénes se van, quiénes se quedan y quiénes vienen. Será fundamental afinar el casting (en 2022 firmaron planilla 52 jugadores en 57 partidos, lo que marca a las claras que el plantel estuvo mal armado) y soltar al mejor precio posible a los jugadores que no comulgan con el régimen del club o que prefieren partir hacia destinos dolarizados, que no son pocos. Barajar y dar de nuevo, hablando en buen romance.

Aunque ya sin responsabilidades dirigenciales en Pachuca de México (más allá de que el mismísimo domingo pasado celebró como accionista un nuevo título de Los Tuzos), Fassi tendrá otros frentes abiertos en el próximo año. Tratar de sacar a Atenas de San Carlos de la mitad de tabla de la Segunda División de Uruguay, de una vez por todas, será otra de sus ocupaciones. Y un nuevo foco de atención puede llegar a estar en España, donde la debacle futbolística del Málaga CF, con serio riesgo de descenso a las competencias regionales, podría acelerar su desembarco como gestor
deportivo en alianza con la cadena hotelera BlueBay.

No hay Mundial que valga. En Talleres, la pelota nunca se queda quieta.

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