El reconocimiento para Vegetti y la reprobación para Hoyos, el contraste de un fin de semana que dejó a Belgrano puntero y a Talleres colista.

¿Cuál es el momento en que un futbolista traspasa los límites del campo de juego para meterse en el corazón de los hinchas? La respuesta puede ser tan impredecible como una gambeta o el recorrido de una pelota “perdida”. Quizá una actuación sobresaliente. Tal vez un gol decisivo. O posiblemente alguna reacción emocional que termina cambiando la dirección y la suerte de un partido. Algo de eso, o un poco de cada cosa, puede catapultar a un simple mortal de pantalones cortos a la condición de ídolo de multitudes.

El fin de semana pasado, el Gigante de Alberdi fue testigo de uno de esos momentos mágicos y cada vez menos frecuentes de nuestro fútbol. De repente, el “Vegetti, Vegetti” (con las “e” estiradas) se bajó del top ten del cancionero tribunero para dar lugar a un nuevo hit: “Olé, olé, olé, olé; Pablo, Pablo” (en este caso, con énfasis en las “o”). La relación fue inmediata. Camiseta “9”, cinta de capitán, acento foráneo, referencia en la cancha, voz escuchada en el vestuario, nota obligada para la prensa… Sólo el cántico le faltaba para terminar de emparentarlo con Luis Fabián Artime.

“El Luifa” miraba desde las plateas, como el hincha más que sigue siendo a pesar de la investidura presidencial que tomó prestada de la expresión popular de los socios, aun sabiendo que la hipoteca es el amor pirata que se ganó en sus cuatro etapas como jugador y goleador, entre 1992 y 2005.

Vegetti suma 36 goles con la camiseta celeste y, aunque aún lejos de los 94 de Artime, ya le pisa los talones a otros nombres ilustres de la institución de barrio Alberdi, como “la Pepona” José Omar Reinaldi, en la tabla de
máximos artilleros. Para los amantes de las estadísticas es un buen ejercicio revisar la incidencia que sus conversiones han tenido en las matemáticas del equipo, transformando derrotas en empates e igualdades en victorias.

El camino inverso

¿Cuál es el instante en que un DT traspasa la línea que lo devuelve de la zona de confort afectiva a la condición de hombre común o incluso de villano? Más impredecible todavía. Quizá una decisión equivocada. Tal vez un cambio mal hecho. O posiblemente la necesidad de desviar culpas y buscar un “chivo expiatorio”. Algo de eso, o un poco de cada cosa, le pasó a Ángel Guillermo Hoyos en Talleres, el club donde supo destacarse como jugador en la década del ’80, cuando Amadeo Nuccetelli lo “repatrió” desde Banfield por expresa recomendación de César Luis Menotti.

En fin de semana pasado, el Estadio Kempes fue el escenario de ese extraño fenómeno que se repite cada vez con más frecuencia en un fútbol donde hasta la memoria parece efímera. La novela del final de ciclo del entrenador albiazul tuvo silbidos en la introducción, el nudo y el desenlace. La reprobación acompañó el anuncio de las formaciones en los altoparlantes y el flyer de los tableros, el retorno al camarín del entretiempo y también le hizo los coros al pitazo final. “Ya está”, le dijo Hoyos a un colaborador apenas consumado el 0-1 contra San Lorenzo. Hacía rato que el amor, en estos tiempos de cólera, se había terminado. Lo que siguió después es más conocido: Andrés Fassi y el DT, solos en la madrugada, anunciando “la decisión” (¿de quién?). “Gracias, Guillermito”.

“Me hago responsable de la situación”, afirmó el mandamás de la “T” en una conferencia de prensa donde reivindicó su condición de actor principal ante las cámaras y los micrófonos, con un Hoyos casi ausente como protagonista secundario y con un puñado de pares (¿?) de comisión directiva oficiando de extras a un costado de la escena.

Hoyos agradeció, como cuando vino de España. Y se marchó. Dejó el lugar donde guarda sus mejores recuerdos como jugador y volvió al sitio donde están sus mejores antecedentes como entrenador, dirigiendo a Lionel Messi en el Barcelona B. De aquella anécdota ya pasó un buen rato, claro. De hecho, “la Pulga” está en vísperas de jugar su quinto Mundial de mayores.

Hablando de Messi…

Para el capitán del seleccionado argentino también hubo silbatina en el Parque de los Príncipes, donde el PSG de las estrellas se presentó a jugar contra el Burdeos por la Ligue 1, luego de estrellarse contra sus propios errores y un intratable Karim Benzemá en uno de los “punta y hacha” de los octavos de final de la Champions League. Ahí también ligaron Neymar, Marquinhos, Danilo y Wajnaldum, entre otros. Y Mauricio Pochettino, el DT al que le cuentan las costillas y los días en el banco del elenco parisino.

La inédita secuencia -Messi se salvó del escarnio aún en los peores momentos del Barcelona y del Team AFA- activó el “Operativo Retorno” al Barsa, donde parecen más entusiasmados con la probable contratación del egipcio Mohamed Salah. Por si las moscas, David Beckham y el Inter Miami esperan agazapados. También se ilusionan en Newell´s, donde ya vienen ilusionados con la flamante condición de entrenador desocupado de “el Loco” Marcelo Bielsa. Más allá de que el ciclo de Javier Sanguinetti en “la Lepra”, al menos hasta nuevo aviso, goce de buena salud.

No puede jactarse de lo mismo su colega de Rosario Central Cristian González, otro ídolo con las acciones bajas luego del inesperado traspié de su equipo ante el inesperado Barracas de los Tapia. “¡Andate, Kily!”, se escuchó el fin de semana pasado en otro Gigante, el de Arroyito. La fecha de los clásicos seguramente dejará escuchar muchos otros sonidos.

A Talleres, el emparejamiento de la 7° fecha lo pone mano a mano frente a Godoy Cruz de Mendoza. Una buena noticia, sobre todo para aquellos que, emulando al escritor uruguayo Eduardo Galeano, todavía van a la cancha con una entrada y una plegaria: “una linda jugadita, por amor de Dios”. Se sabe que los entrenadores, sobre todo cuando de clásicos se trata, suelen armar sus tácticas y estrategias en defensa propia. Lo importante es no perder, para seguir en la vidriera y volver a cobrar a fin de mes. Después, vemos qué pasa. Si ganan, sacarán pecho. Si empatan, encontrarán una buena explicación para decir que el puntito “está mal, pero no tan mal”. Hace un rato largo que el fútbol dejó de ser un programa de diversión.