“El Pato” dejó su sello en Talleres y en el fútbol argentino. El 23 de mayo hubiera cumplido 80 años. Nos perdimos un asadazo.
Volvió una noche, y lo estaban esperando. A esa altura del partido, con siete fechas por delante para el final de la temporada, su nombre era el único sinónimo de esperanza que quedaba en el diccionario de una dirigencia de Talleres que ya no tenía palabras para justificar las malas campañas, luego del paso fallido de cuatro cuerpos técnicos diferentes.
Con la amenaza del descenso a la vuelta de la esquina, José Omar Pastoriza se bajó del auto que lo había llevado desde el aeropuerto hasta el centro cordobés, y se detuvo unos segundos frente a la puerta de ese hotel de la calle San Jerónimo que tantas veces lo había acobijado. Se acomodó el sobretodo negro y la chalina de color rojo furioso, soltó el suspiro que tenía atravesado desde hace tiempo y disparó una frase con su sello: “Bueno, otra vez en el bulo”.
Con las últimas luces de aquel domingo 19 de mayo de 2003, ya en el lobby y con apenas un par de testigos, pidió un café y encendió el enésimo Marlboro del día. El teléfono celular le bramaba. En algún lugar de la ciudad las brasas ya estaban echando humo para darle la bienvenida: “No sé si nos vamos a ganar algún partido, pero de que vamos a divertirnos y comernos unos buenos asados, estoy seguro”, disparó para descomprimir las tensiones que rodeaban la mesa.
Gerente de familia
Al día siguiente ya tenía puesto el buzo de DT de Talleres, por cuarta vez. En el último entrenamiento de esa semana, en la previa del estreno, dio una charla técnica en la cancha auxiliar del Estadio Kempes que terminó con un largo aplauso de sus interlocutores. Les había hablado a los jugadores que quedarían afuera del equipo titular y del banco de suplentes al día siguiente.
El jueves, por supuesto, hubo asado. Era su estrategia para unir al grupo, y el anzuelo para que los popes salieran de su burbuja y se dieran una lavadita de realidad. Muchos nunca lo entendieron, o no quisieron hacerlo. Asociaban las carnes, las ensaladas y el permitido de vino tinto con la falta de trabajo. ¡Qué saben ellos! De asados y de fútbol. Seguramente no lo vieron al “Pato” esa mañana en la que, desoyendo el sentido común y el consejo de sus médicos, salió del hospital luego de una intervención coronaria y se fue derechito a dirigir el entrenamiento de la ”T”.
La última gestión de Pastoriza en Talleres duró 210 días y muchas más de 500 noches. En una época difícil para el club se puso al hombro la búsqueda de refuerzos y sponsors, luego de mantener al equipo en la Primera División. No tenía el celular de Dios, pero casi. Y logró rearmar el equipo luego de una primera práctica que dirigió de campera y de jean, porque ni valía la pena cambiarse por la presencia de ocho jugadores.
Por entonces, ya había reencauzado una relación de amor y odio con Julio Humberto Grondona, el presidente de la AFA que le había dado su primera chance como DT en aquel Independiente que consumó su milagro en La Boutique y a quien acusó de haberlo proscripto luego del descenso albiazul de 1993. Aquella debacle que empezó a consumarse en el célebre partido ante River del 23 de mayo, justo el día en que él cumplía 51 años.
De ese segundo exilio -el primero había sido en los ’70, cuando como gremialista cumplió un rol clave en la creación del Estatuto del Futbolista Profesional- le quedó una amistad con Hugo Chávez, el expresidente de una Venezuela que lo considera ni más ni menos que el refundador del seleccionado de ese país. Y cada tanto lo hablaba un jeque árabe que lo quería llevar sí o sí a dirigir a sus pagos, aunque él no le daba mucha bola. Por respeto, o curiosidad, una vez mandó a un par de colaboradores para que sondearan el terreno y la veracidad de la impactante cifra en dólares que le ofrecían, pero el informe fue lapidario: “Pato, todo bien con los árabes, pero allá no hay escolazo, no hay asado, no hay noche”.
Antes del fin
“No va más”, se escuchó el 13 de diciembre en barrio Jardín. El que pronunció la frase no fue un crupier, sino el propio Pastoriza. Harto de pelear contra molinos de viento, “el Pato” anunció su despedida en vísperas de un 0-0 ante Quilmes que sería su último partido en el banco albiazul. El primero había sido el 10 de febrero de 1980, en la fecha inaugural del Campeonato Metropolitano: 1-1 frente a Huracán en Parque Patricios.
Los rumores ya estaban a la orden del día, y el hombre no le esquivó al bulto aquel sábado a la mañana en La Boutique de barrio Jardín, en la previa del partido contra el Cervecero.
-“Pato, sabemos que dirigís mañana y te vas de Talleres. ¿Tendrás tiempo para hacer una nota?
-…
El 3 de enero de 2004 Pastoriza fue presentado como entrenador de Independiente. Allí se reencontró con otro viejo amor: la Copa Libertadores de América. Su última gestión en el Rojo también duraría siete meses. El 2 de agosto de 2004 los noticieros dieron cuenta muy temprano de que su corazón no había logrado ganar el partido aquella noche.
“Cuando me enteré, casi no pude decir palabra sobre su muerte, señor Pastoriza. No sé muy bien por qué. Aunque supongo que siempre me ocurre eso con las cosas que me lastiman. No puedo nombrarlas mientras me duelen, o mientras me duelen mucho, o mientras son un dolor nuevo y desconocido, un dolor que busca su sitio en el cementerio de tristezas que todos tenemos en algún lugar del alma”. Eduardo Sacheri lo hizo, otra vez. Escribió estas líneas en clave de cuento. Y lo tituló “Señor Pastoriza”.
Desde hace un par de años, “el Pato” tiene calle propia en Avellaneda. Más que merecido. También lleva su nombre el vestuario de Independiente, que fue prácticamente su lugar en el mundo del fútbol. Esta semana hubiera cumplido 80 años. Nos perdimos un asadazo.
De aquella mañana en la que los rumores ya estaban a la orden del día, quedó dicho que el hombre no le esquivó al bulto. Habló largo y tendido hasta el “¿okey?” que acompañaba su última respuesta, coincidente con el gesto de poner su mano derecha sobre el hombro del periodista.
-Pato, sabemos que dirigís mañana y te vas de Talleres. ¿Tendrás tiempo para hacer una nota?
De Pekin 2008 a Paris 2024, experiencias que no son las mimas pero que están bañadas en oro. Juan Curuchet y José Torres están unidos por el deporte sobre dos ruedas. Aunque son diferentes diciplinas ambos tuvieron la posibilidad de vivir las Olimpiadas desde adentro y escuchar el himno en lo más alto del podio.
En esta ocasión el apoyo de Curuchet, junto a otros medallistas argentinos como Santiago Lange y Paula Pareto, fueron clave para la delegación argentina. Una vez retirados del alto rendimiento, los atletas, trabajan unidos para trasmitir el legado y mejorar las condiciones del deporte olímpico.
“El – José Torres – me dijo medalla o yeso”
¿Como viviste los Juegos Olímpicos desde adentro?
En particular en este juego, comparado con los otros que estuviste, como lo viste?
“De los 9 Juegos Olímpicos que estuve este no me gustó, por lo que sienten los atletas”
Te vimos acompañando a “Maligno” Torres, ¿como fue el momento de la final?
Se está cerrando un ciclo de varios deportistas, sobre todo en los deportes grupales. ¿Como crees que impacte el recambio, que crees que se venga para la delegación?
¿Que crees que te enseño el deporte y que le dejaste vos a tu diciplina?
¿Como ves la financiación/organización del deporte actualmente y la factibilidad de desarrollar una carrera deportiva en el país?
“Todos los dirigentes tendremos y tendrán que luchar porque nuestros atletas tengan las cosas para cumplir sus sueños. Que cuando vos estés frente a un rival la diferencia sea que el otro sea mejor y no porque tenga mejor infraestructura”
La despedida de “Los Pumas” de los Juegos Olímpicos estuvo cargada de emociones. Gastón Revol, emblema del equipo, jugó su ultimo partido vistiendo la albiceleste tras una larga trayectoria. El jugador cordobés estuvo presente en tres olimpiadas y fue medallista de bronce en Tokio 2020+1. Además presenció más de 100 fechas del circuito Seven teniendo grandes actuaciones; con lo cual su salida no significa una solo despedida, sino que se convierte en un antes y un después en la selección de rugby argentina.
“Ya no tenia más nada para darle al equipo, porque no tenia más energía. Fueron muchos años, mucho tiempo, mucha energía puesta en este equipo”