A destiempo

Adiós a Dios

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Cuenta la leyenda, esas de las que el fútbol está lleno, que el el hombre se acercó a un dirigente y le dijo: “dígale a ese hombre que es el Dios del fútbol, nos ha deslumbrado como Pele, dígale que es el Dios del Fútbol ” el hombre, ese endiosado, estaba parado un poco más allá con su melena negra azabache y su pecho inflado, vestido de civil. Hace un par de días que anda de gira por el continente africano y no había dejado cancha sin regar con su fútbol. Siempre de cabeza levantada, con el mentón a la altura de los que les sobra clase. El pecho siempre inflado para romper las líneas del rival y para que le salga el corazón albiazul desde dentro, como si fuera a romper la camiseta. Los ojos chiquitos como quien mira como si fuera a atacar sigiloso y veloz, igual que el atacaba el arco rival sin dudarlo y haciendo siempre daño. Un tipo que era la estirpe del buen juego y dejaba rivales en el camino, dejando la estela de su melena negra. Ese era Luis Antonio Ludueña. Para los africanos, era el Dios del fútbol y para Talleres, era un ídolo.

Fue Siempre letal contra el clásico rival que jamás pasaría desapercibido en un clásico. Como tampoco pasaría desapercibido su flequillo recto como cortado de un hachazo. Claro, Ludueña para Talleres era el Hacha, pero ojo no se quiera equivocar y pensar en un recio volante central. No, para nada, el Hacha era puro fútbol, pelota en estado puro. Talento, jerarquía, potrero, calidad, elegancia, simplemente fútbol. Para muchos que no faltaban a las gradas de las canchas del país, era le mezcla perfecta, la definición exacta, de lo que debía ser un jugador de Talleres. El terror de Belgrano en las finales, el jugador que todos pedían para la titularidad en la Selección Argentina de 1978, aunque una lesión callejera lo alejaría de toda chance.

Para Talleres,, también era Dios. Como lo era para esos dos hermanos que en Agosto del 94 festejaban desaforados el ascenso ante Instituto. Salieron del viejo Chateau Carreras y enfilaron para la Núñez buscando la parada del bondi. Mientras caminaban y cantaban enarbolados en sus colores azul y blanco, de repente divisaron un gigante al lado de un kiosco. En ese espacio amplio, la imagen de un morocho abrazado y emocionado con un grupo de gente les llamó la atención. El mayor de ellos miró al pibito y con la emoción a flor de piel le dijo “ese es el Hacha Ludueña, es un ídolo, es Dios, vamos a saludarlo” y se acercaron hasta el lugar, embelesados con estar frente al ídolo. Y ahí estaba el Hacha, como uno más de los miles que festejaban el ascenso, sin vedettismo, sin altivez, sin soberbia, solo uno más del montón entre vinos y fernet. Al nunca le hizo falta ser distinto a sus orígenes fuera de la cancha, el era distinto adentro.

Hoy el Hacha se fue para una de las 16 estrellas que conquistó con Talleres, a gritar sus 115 goles y jugar mas de sus 340 partidos. Hoy el Hacha no esta como aquella noche, donde los hermanos se llevaron el saludo del ídolo y la enseñanza de que nada debe cambiar tu esencia. Ni siquiera que para muchos…seas DIOS.

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