A destiempo
El día que odiamos a Luis Islas
Diego, la pelota y la lepra, coincidieron del mismo lado por primera vez el 10 de Octubre de 1993
¿Por qué ponerse el traje de aguafiestas?
El 10 de octubre de 1993 no es un día más en la historia del futbol argentino. Ese día pasaron muchas cosas y se lo recuerda por una sola cosa: el regreso de Diego Armando Maradona al fútbol criollo. Atrás quedaba su tortuoso paso por Barcelona, la idolatría santificada en Nápoles, el pase de factura, doping mediante, del futbol italiano y su expedición sevillana. Diego volvía a su tierra y no volvía a cualquier suelo, decidía pisar un lugar donde la grieta existe desde siempre y hasta diría que allí se inventó: la ciudad de Rosario. El guerrero, el ídolo, el rebelde pisaba Rosario y para ponerse la roja y negra. Algunos dicen que ese día Newell’s se quitaba el mote de “ingles” para ser mas nacional y popular que nunca, y que, en cuestiones de rebeldes, Central tendría al Che y la lepra a Maradona. La cuestión es que Diego, esa tarde de 1993 se ponía la 10 de Newell’s oficialmente por primera vez. Unos días antes, en el Parque Independencia, lo había hecho en un amistoso con gol incluido. Pero esa tarde en Avellaneda y ante Independiente, el fútbol nos tenía guardado una de las historias más inexplicables de todos los tiempos. En realidad, los hinchas no lo entendemos, porque nos gana la pasión por sobre la razón y sobretodo, por sobre la obligación.
Esa tarde cuentan los leprosos que se dio un éxodo de 40 mil hinchas hacia Avellaneda, siendo la mayor movilización de gente desde el interior hacia la provincia de Buenos Aires. No sé si será cierto. Con mis 15 años, difícilmente pudiera haber hecho un trabajo periodístico para confirmarlo o desmentirlo, pero estoy seguro que en esa fecha todos éramos hinchas de Newell’s. Bueno, casi todos. Los hinchas de Rosario Central no estaban invitados a la fiesta y lo que es peor, no querían ser parte de ella. Miles de canayas (si con Y) ese día perdieron un ídolo al que no le reconocían otra camiseta que la celeste y blanca. Pero esos días de octubre de 1993, quedaron huérfanos de Maradona hasta el punto de ignorar aquella tarde del 86 donde Diego nos hizo felices a todos. Es más, el gran Roberto Fontanarrosa creador de la palabra “canaya” porque ningún hincha de Central podía ser un “canalla” en todo el sentido de la palabra, contaría después que el peor día de su vida fue “cuando Maradona firmó en Ñuls”. La cuestión que el resto del mundo estaba en Avellaneda aquella tarde. Dicen que hasta un pequeño Lionel Messi. Cuando Lamolina dio el pitazo inicial, Diego Armando Maradona había vuelto al futbol argentino.
Diego jugó en la Lepra un puñado de partidos oficiales que nos alcanzan los dedos de una mano para contarlos. No pudo ganar ninguno. En ese pequeño trajín tuvo tres técnicos, Solari, Puppo y Castelli. Pasó por Córdoba para enfrentar a Belgrano, jugó en la Bombonera en día del debut de Cesar Luis Menotti en Boca y en los dos partidos que fue reemplazado, ingresó un tal Diego Héctor Garay que años después llenaría de fútbol mis ojos descreídos y mi corazón vacío. Todo fue vertiginoso, todo fue tan maradoniano que terminó en un desgarro para no volver a ponerse la roja y negra oficialmente nunca más. Pero aquella tarde, en la vieja Doble Visera, pasó algo que nos marcó para siempre. El rojo gano 3 a 1 con un triplete de Alfaro Moreno y Newell´s descontó con un gol de Morales Santos tras asistencia de Maradona. Los cuatro costados ovacionaron al Rey, aun cuando se descreía de que el público de Independiente lo ovacionara, por la identificación de Diego con Boca. Por suerte el hincha del Rojo fue todo lo lógico que los hinchas no saben ser. Pero eso, no fue lo que marco aquella tarde, fue otra cosa.
Es que Diego Maradona es Dios, es el Dios de la pelota y quiso regalarnos a todos los futboleros un regreso soñado, como solo los dioses pueden hacerlo. En una pelota que andaba por el área y que no le quedaría para el perfil de su zurda prodigiosa, Diego ensayó la “rabona de todos los tiempos” para que el regreso sea el más épico de la historia. Aun cierro los ojos y veo la pelota dentro del arco y me emociono hasta las lágrimas, con la simulación más perfecta de lo que no fue. Es que un tal Luis Alberto Islas decidió, vaya saber por qué, convertirse en el anti héroe, en villano. Se estiró cuan largo es para taparle a Maradona aquella rabona y que el regreso no fuera tan perfecto, tan épico. ¡cuánta osadía! ¿Por qué carajo Islas hizo eso? ¿Por qué fue tan honesto en un mundo que no lo es? ¿Cuantas veces exageramos una tos para no ir a trabajar o pusimos el termómetro en el foquito de luz para que la fiebre nos deje un día sin ir a la escuela? Bueno, sí sé que está mal, pero ¿no hay acaso tantas cosas mal en el mundo? ¿Qué le costaba a Islas tirarse un segundo más tarde? ¿Alguien se imagina lo que hubiese sido aquella tarde si la pelota impulsada por la rabona de Maradona tocaba la red? Tanta alegría merecía ser vivida, disfrutada, recordada por los siglos de los siglos. Luis Islas vino con el tiempo a jugar a mi Talleres y siempre lo miré de reojos, jamás celebré una atajada suya. Sé que estoy equivocado, sé que lo que hizo Islas fue lo correcto, que fue honesto y debería ser aplaudido, pero mi corazón se acelera cuando lo ve y pide una explicación que ya conozco, mientras se mezcla con las lágrimas de la desazón. Por suerte señor Luis Alberto Islas, usted no me conoce y lo que yo sienta no le afecta, mejor que así sea porque usted actuó bien y el equivocado soy yo. Pero sepa Señor Luis Alberto Islas que aquel 10 de octubre de 1993, yo lo odié. Y no fui el único….