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Se mira y no se toca
Rusia, fuera de la Copa
La decisión de la FIFA por la invasión a Ucrania, el recuerdo del seleccionado argentino en Kiev y el clamor en las canchas del pasado fin de semana: “¡Paren la guerra!”.
No se trató de esas frases ligeras con la que se suele equiparar al deporte con un campo de batalla. Aquella vez el bombazo fue literal. Impactó en el Donbass Arena, el estadio del Shakthar Donestk, uno de los clubes más importantes de Ucrania, ubicado en una región del país donde desde hace varios años se viene jugando el preliminar del actual conflicto con Rusia.
Algunas versiones dan cuenta de que se habría repetido en los últimos días aquel triste episodio que se remonta a agosto de 2014. Desde entonces, el escenario que una década atrás fue sede de la Eurocopa, que se construyó a un costo de US$ 400 millones y que fue considerado “de elite” por la FIFA, es casi un estadio fantasma. Casi una versión moderna del Avanhard de Pripyat, el reducto del desaparecido FC Sroitel, cuya inauguración quedó trunca por la trágica explosión de la planta nuclear de Chernobyl en 1986.
Shakthar Donestk -ganador de 13 de los últimos 20 campeonatos de su país- lleva ocho años haciendo de local en otras canchas. Su último asentamiento fue en el Estadio Olímpico de Kiev, el más grande y más antiguo de Ucrania. Tiene capacidad para 70 mil espectadores y el año que viene se cumplirá un siglo desde que fue inaugurado como Estadio Rojo de Trotsky, en homenaje al entonces Ministro de Defensa soviético.
Sucesivamente sería rebautizado como “Stanislav Kosior” (en alusión al exsecretario general del Partido Comunista de Ucrania), “Estadio Republicano nombrado en honor a Nikita Jrushchov” (en referencia al expresidente del Consejo de Ministro de la exUnión Soviética), “Palacio de los Deportes”, “Estadio de todos los ucranianos” y “Estadio Central”. Con esta denominación figura en las reseñas del partido amistoso que el seleccionado argentino jugó ante la URSS el 20 de marzo de 1976.
“El León de Kiev”
Vaya a saber por qué extraña razón, el epígrafe resultó más impactante que el título para este periodista que por entonces recién empezaba a leer. La letra chica de la tapa de la revista “Goles” acompañó la imagen del arquero Hugo Orlando Gatti y resultó mucho más elocuente que la frase “El heroico triunfo argentino” que dominaba la portada en un cuerpo de letra mayor.
Las atajadas de Gatti en medio de la nieve y su estrafalario look para contrarrestar el frío (pantalones largos, gorrito de lana y una petaca de whisky al costado del arco), quedarían para siempre como referencia de aquella primera y única experiencia del equipo de la AFA en Kiev.
El triunfo 1-0 ante Unión Soviética, con gol del cordobés Mario Kempes arbitraje del italiano Sergio Gonella (el mismo de la final del Mundial ’78), fue parte de una gira de cinco partidos que el seleccionado de César Luis Menotti hizo por Europa Oriental y pasó a la historia por varios motivos: fue el primer partido que Daniel Passarella jugó con la camiseta celeste y blanca y el último que el elenco argentino jugaría antes del Golpe Militar.
“Aquel sábado enfrentamos a un equipo de rojo, con la sigla CCCP en el pecho, que llevaba un largo invicto en su tierra y estaba acostumbrado a jugar en condiciones climáticas extremas. Jamás nos había tocado, a ninguno de los jugadores argentinos, estar un escenario tan congelado. Aquel partido nos demostró que teníamos una buena base de cara al Mundial”, recuerda Kempes en “El Matador”, su libro autobiográfico.
Pelota parada
Recién después de algunos cabildeos, la FIFA decidió tomar el toro por las astas y excluir a Rusia “hasta nuevo aviso” de todas las competencias. Primero le había prohibido al seleccionado dirigido por Valeri Karpin utilizar su nombre, cantar el himno, hacer flamear su bandera durante los partidos y ejercer la localía en su propio territorio; algo así como “la Gran Caseratto”. Pero se plantaron Polonia, Suecia y República Checa, sus rivales en el repechaje europeo, y Gianni Infantino tuvo que recalcular.
“Estoy preocupado por esta situación”, fueron las primeras palabras que se le escucharon al dueño de la pelota. Muy tibias. Como tantos otros mandatarios del mundo, Infantino repensó varias veces la jugada, evaluando los beneficios y los riesgos de su táctica y estrategia.
Hace cuatro años, en vísperas de la XXI Copa de la Fifa, el otrora “peladito de los sorteos” recibía de Vladimir Putin la medalla de la Orden Rusa de la Amistad y estrechaba lazos con la máxima autoridad del país con mayor territorio en el mundo: “Somos un equipo”. El 15 de julio de 2018, Infantino le cedería a Putin -tal como lo había hecho el brasileño Joao Havelange con el dictador argentino Jorge Videla cuatro décadas atrás- el rol protagónico en la entrega del trofeo más codiciado del planeta.
Bastante más enérgica fue la reacción que se vio el pasado fin de semana en las canchas de varios lugares del mundo, sobre todo las europeas. Hubo minuto de silencio por las víctimas del conflicto y fue reiterado el clamor por la paz mundial: “¡Stop War!” (“Paren la guerra”); “¡Stop Putin!”. Humanidad y sentido común. Más allá de las grietas, que están en todos lados. Separando a los pocos de siempre y hundiendo a la gran mayoría.