Ya es tiempo de crecer

“¿Viste a la Selección? Tiene cositas, ¿no?”
“Me gustó el primer tiempo. De a ratos, hay cositas”.
“Levantó mucho en el segundo tiempo. Hay cositas”.
Etcétera.
El insospechado ciclo de Lionel Scaloni nació con cositas y persiste con cositas.

Algunas, deberán admitirse, con más entidad que otras. Y más aún: si somos justos, o lo intentamos, a la hora de las cuentas provisorias el muchacho tiene saldo a favor. Ha probado, ha arriesgado en la selección de personal y jamás pasó papelones.

Pero –qué sería de la vida sin los peros, vaya uno a saber- demasiado de lo bueno termina por ser malo, a veces, según observaron los filósofos chinos siglos ha. Camino de cumplir el tercer año de gestión, le caben a Scaloni y a su equipo las generales de una ley que en el fútbol de alta competencia alcanza a tirios y troyanos. Entrenadores avezados, novatos y otras yerbas.

En buen romance, se perfila la hora de presentar un equipo de norte más nítido y consistente, capaz de dejar de andar como bola sin manija en el espacio indeterminado del híbrido débil y el híbrido fuerte: el espacio de las cositas. De las golondrinas que no hacen verano.

Es cierto, cómo no, que el menú tampoco da para pergeñar la versión Siglo XXI de la Naranja Mecánica del Mundial 74. Messi, fuera de catálogo. Y un puñado que se codea con la elite y da una vuelta olímpica en España, o en Francia, o en Italia. Pero habrá que rascar muy al fondo de la olla, por ejemplo, para dar con un mediocampista que esté entre los 40 o 50 mejores del planeta. Y así.

Ahora, si esa composición terrenal no es sincerada por nadie (incluida la cátedra del periodismo porteño y afines), si el propio Scaloni acostumbra a ponderar los bueyes con que ara, y si tantas hojas de almanaques han pasado desde que vio luz y entró, el imperativo de la hora no es ganar la Copa América (que sería espléndido, notable, desde luego), pero sí dar un salto de calidad. Contante y sonante.